jueves, octubre 26, 2006

El factor anímico: Dos defectos y tres remedios


El factor anímico cierra el círculo de los asuntos estructurales que el Barça debe solventar para ponerse en forma. Sin duda alguna, es el factor clave que influye en los otros dos (el físico y el táctico), sea para empeorarlos o bien para ayudar a su mejora.

Rijkaard ha señalado el primer gran defecto: “Falta de agresividad y de atención en los primeros minutos de partido”. Ese defecto ha provocado que en la mayoría de encuentros de esta temporada el Barça haya empezado con el marcador en contra y la obligación de remontar. Ocurrió en la Supercopa europea, en dos de los tres partidos de Champions (Werder y Chelsea) y en cuatro de Liga (Celta, Valencia, Athletic y Madrid) por no citar el encuentro contra el Sevilla en que moralmente sucedió mismo (gol anulado a Escudé). Esos goles en contra por falta de agresividad y atención han resultado decisivos para perturbar el funcionamiento ordenado del estado anímico del equipo. Todos ellos provocaron estrés excepcional, modificaciones tácticas, errores serios, desgaste excesivo...

Pero conocido el defecto (falta de concentración) y sus pésimas consecuencias (desbarajuste general), vayamos a la causa del defecto, al origen del mismo: el sentimiento de superioridad. No digo prepotencia, soberbia ni engreimiento, sino sentimiento de superioridad. Es un sentimiento intrínsecamente ligado al éxito deportivo. Los triunfos, sobre todo cuando son completos, extensos, duraderos y unánimemente reconocidos, generan múltiples beneficios en los triunfadores: seguridad, confianza, plenitud. Pero llevan implícitos también el virus de la autocomplacencia. Cuando uno demuestra y confirma que es superior pasa a ‘sentirse’ superior. Sucede en todos los ámbitos vitales. El presidente de Repsol, Antoni Brufau, tiene un lema escrito encima de su mesa de trabajo: “Lo peor es la cultura de la autosatisfacción”.

Cuando un equipo se siente superior es capaz de afrontar desafíos inimaginables. Pero también pierde tres virtudes fundamentales: ambición, concentración, agresividad. Justamente dos de ellas han sido citadas por Rijkaard. Dejo al margen otro ‘daño colateral’ del sentimiento de superioridad en un equipo: la exacerbación de los egos individuales. Si somos superiores es por mi aportación, por tanto ya apareceré cuando el colectivo me necesite. Es decir, haré algo por mi equipo, desde luego, pero cuando yo lo considere oportuno. Mientras no sea así, que el equipo haga algo por mí, que tanto ayudé a encumbrarlo. ¿Os suena?

Segundo gran defecto: en el deporte es muy habitual la confusión entre objetivos y expectativas. Los objetivos son necesarios y saludables. Las expectativas son prescindibles y cancerígenas. Un objetivo es que un equipo quiera luchar por conquistar algún título. O todos aquellos en los que participe. Las expectativas consisten en que el equipo anuncie que quiere ganar esos títulos. Los objetivos son endógenos, forman parte del ser interno e íntimo de un vestuario y surgen de forma natural. Las expectativas son exógenas, externas al vestuario y artificiales. En la confusión entre objetivos y expectativas reside otro de los males del Barça actual. El vestuario de Rijkaard posee, sin duda, objetivos ambiciosos. Debe prepararse largamente para intentar conseguirlos. Y han de ser cuanto más ambiciosos mejor. Pero las expectativas exteriores deben ser cuanto más reducidas mejor, lo que resulta complicado cuando el propio presidente envida desde el primer día con la absurda historia de las siete copas. Lo mismo ocurre hoy con Calderón y el Madrid. O con los ridículos desafíos de Deco en las ruedas de prensa, al más puro estilo Roberto Carlos. Y ningún vestuario es impermeable a las expectativas irracionales de su entorno. Nadie tiene una coraza protectora contra ese veneno.

El sentimiento de superioridad y la confusión entre objetivos y expectativas son los dos grandes causantes del deterioro anímico del Barça. Quiero precisar aquí que al hablar de ‘factor anímico’ estoy limitándome a las causas psicológicas y no a los símbolos externos: no me refiero a si Ronaldinho sonríe más o menos, sino a los mecanismos que mueven al grupo. Definidos las dos grandes causas citemos ahora los tres remedios:

- Humildad individual
- Voluntad de sacrificio
- Pertenencia al colectivo

La aceptación individual de que el talento puro no basta resulta esencial para mejorar, crecer, progresar. La musa tiene que encontrarte trabajando, dijo Picasso en frase certera. Desde la humildad se comprende y acepta que el talento no llega lejos si no tiene ese punto de apoyo llamado esfuerzo continuado. La humildad es generadora de ambición. No es casualidad que una amplia mayoría de grandísimos campeones destaquen por su humildad (hay excepciones). Son conscientes que su capacidad de esforzarse es lo que les ha permitido explotar su talento natural.

La voluntad para sacrificarse es el aceite que engrasa el motor. El sacrificio se entrena. Y, además, hay que querer entrenarlo. Indudablemente, es más cómodo conformarse con algunas rutinas, confiar en el talento propio. Para qué esforzarse cada minuto del día si con un instante de magia lo resuelvo todo. Ahí está siempre el caso de Romario para certificar (excepción de excepciones) que sin sacrificio también se triunfa. Pero se engañan. Sin una voluntad agónica para el sacrifico no se consigue perdurar en el éxito. Miles de deportistas del mundo entero se conforman con seguir donde están. Sólo unos pocos no se conforman: quieren progresar, mejorar, crecer. Son los grandes de verdad.

En un deporte de equipo, sólo desde el colectivo tienen sentido las actuaciones. De forma irracional nos empeñamos en los premios individuales, los elogios individuales, las críticas individuales. Pero lo esencial es el sentimiento de pertenencia a un colectivo. Cuando el egoísmo individual se impone a ese sentimiento se empieza a romper el hilo de seda del que habló Valdano. ¿Por qué equipos compuestos de jugadores discretos alcanzan grandes triunfos? Por esa soldadura invisible que otorga el pertenecer a un grupo que tiene un objetivo. Los egoísmos fracturan la soldadura.

Por todo lo anterior, estoy convencido de que el hombre más importante del Barça no es Eto’o, ni Ronaldinho, ni Deco, sino Frank Rijkaard porque es quien posee la inteligencia emocional necesaria para detectar las causas y aplicar las correcciones. Concluyo con una reflexión de José Luis Martínez, un sabio del deporte, entrenador de atletismo, protagonista en numerosos programas de televisión (el más reciente, “Campeones de Olimpia”): “En el deporte, el resultado final es fruto del entrenamiento silencioso, continuado y meditado”.

Referencias
- La derrota bien gestionada es la mejor victoria

Fotos: Marca - EFE - AP - Getty - Barça.com - Chelsea.com.