sábado, octubre 15, 2011

El péndulo loco

Hubo un tiempo en que los guardametas se tocaban con gorra, los defensas lucían bigote, el balón era de cuero y sus costuras arañaban la frente, los delanteros se ataban los cordones de las botas en los tobillos y se podía cruzar el centro del campo con el esférico pegado a la bota. El fútbol era de los aficionados y, para celebrar un gol, los compañeros se limitaban a darle la mano al goleador. Más que la gloria, los ases buscaban la paz y paraban el balón con la cabeza, la bajaban con el pecho, la dormían con la izquierda y se iban del central con un tuya-mía con dedicatoria.

No sé qué tiempo fue mejor, pero hoy ya ningún futbolista lleva bigote, las botas no tienen cordones, el cuero no es de cuero sino que tiene alas, el aficionado ha dejado su asiento al patrocinador (o, simplemente, lo ha dejado vacío) y las celebraciones de los goles duran casi siempre mucho más que su elaboración. Los tiempos han cambiado, Kubala sólo es un cromo, Pereda nos ha dejado, nadie sabe quiénes fueron Segarra y Gensana y los vestuarios ya no huelen a reflex y sudor, sino a perfume caro.

Pero todo lo que ha cambiado en el césped, la grada y los vestuarios se mantiene constante en los palcos: el sucesor arremete contra el antecesor y el péndulo enloquece. A una época de gastos suntuosos y desaforados sucede otra de recortes asfixiantes sin mesura a la que, sin ninguna duda, seguirá otra de fastos y alharacas, que a su vez será continuada por otra más de tijera y bisturí. A un manirroto siempre le sucede un contable con manguitos y a un expansivo, un contractivo. Al que quiere evangelizar el mundo le continúa otro que hace del ombligo el centro de su universo. A los cheques en blanco les continúan las externalizaciones sin sentido. Y a los golfos apandadores les sigue el tío gilito. La realidad histórica nos recuerda que unos y otros, desde ambos extremos del péndulo loco, juegan a los bolos con sentimientos, valores e incluso personas.

Mientras los futbolistas se duchan en perfume, las aficiones huyen de tribunas prohibitivas y los periodistas se confirman definitivamente como el ejército no armado de los clubs, dirigentes de todo perfil se someten a la dictadura de los mercados. Probablemente, tienen razones profundas para hacerlo, pues sus antecesores (a veces, ellos mismos fueron antecesores) enloquecieron creyéndose reyes midas del nuevo balompié y, ahora, ellos tienen que gestionar muchas miserias. El único método que han encontrado para gestionar es recortar con brocha gorda, apelando a los eduardos manostijeras del momento, especialistas en adelgazar corporaciones sin importar dieta ni consecuencias estratégicas. Pronto no habrá aficionados en los estadios, pero el péndulo seguirá su loca carrera.