Con una persistencia digna de mejores causas, el Barça está dejando escapar, gota a gota, una Liga que se ganará más por omisión que por acción. De los doce partidos de la segunda vuelta ha ganado siete, pero empatado dos y perdido tres, las mismas derrotas que en toda la primera vuelta hasta alcanzar una auténtica hemorragia de puntos perdidos: 34 de los 93 posibles, el 31%. A siete jornadas del final, el equipo de Rijkaard se ha quedado prácticamente sin margen de maniobra tras haber protagonizado una campaña repleta de despropósitos en todos los ámbitos y estratos y, por encima de esto, sale una vez más de otro partido dejando una imagen de equipo frágil, previsible y sin contundencia.
Contra lo que dice el resultado frente al Villarreal, el Barça ha jugado un primer tiempo primoroso, excepto en su línea más decisiva, el tridente Ronaldinho, Eto’o (que debió ser expulsado), Messi, anoche tres tristes tigres. Probablemente no hay equipo en Europa, salvo el Arsenal, que necesite fabricar más ocasiones para anotarse un gol. Hay alguna excepción, como el reciente partido de Copa ante el Getafe, pero por lo general el Barça posee un bajísimo ratio de eficacia entre ocasiones creadas y goles conseguidos. Anoche se superó a sí mismo, confirmando esa extraña combinación: una inmensa capacidad creativa y plástica y una descomunal capacidad para desaprovechar las ocasiones.
Si enfrente tiene a un equipo aseado y bien colocado, esa ineficacia se convierte en grave. Y el Villarreal es algo más que un equipo aseado. Tiene talento. Aún está viviendo la resaca de tres golpes muy duros: la eliminación en Champions ante el Arsenal, una masacre de lesionados y el despido de Riquelme. Pero tiene excelentes planteamientos, buenos jugadores y un proyecto que promete renacer con fuerza la próxima temporada. Su centro del campo mostró ayer un rendimiento excelente: Senna guardando la posición, Cani llevando la batuta y Pires controlando los tiempos y mimando el balón.
Pero lo que era juego brillante e ineficacia rematadora en el Barça se ha transformado en nuevo harakiri poco después de que Pires adelantara a su equipo tras otra exhibición de apatía colectiva del Barça. Ver a Eusebio bajando de las gradas para aconsejar a Rijkaard era como para echarse a temblar: otra vez algún invento indescriptible, segura garantía de gol para el conjunto rival. Así se intuía y así fue. Con un defensa menos y un delantero más el Barça jugó peor y creó menos ocasiones de gol. Historia vivida ya varias veces esta temporada, en cada uno de los ataques de pánico (digo pánico por decir algo) de Rijkaard, entrenador espléndido pero muy lento para leer la realidad, la buena y la mala, y desmesuradamente diplomático con las vacas sagradas.
Su decisión apuntilló a su equipo, sin duda, pero mucho antes el equipo ya se había encargado por sí solo de atarse la soga al cuello con una nueva demostración de falta de contundencia en ambas áreas y escasa presión defensiva en todas las líneas, sobre todo arriba, apenas un páramo. En el fútbol moderno sólo se gana cuando juegas todos los minutos al 100% de actitud, cuando posees equilibrio entre ataque y certidumbres defensivas, y cuando mezclas talento creativo con un pivote serio y riguroso. El Barça lleva toda la temporada sin cumplir estas reglas.
Para los que quieren estadísticas: Xavi ha recuperado cinco balones y perdido cinco; Iniesta, recuperado nueve y perdido siete; Deco, recuperado uno y perdido once.
Fotos: AP - AFP.