miércoles, abril 04, 2007

Benítez ya espera en semifinales a Mourinho o Quique


Pocos cuartos de final de Champions habrán resultado tan placenteros para un equipo como la sesión de baño y masaje que se dio anoche el Liverpool en Eindhoven (0-3), donde el PSV y los reds parecían equipos de categorías distintas. Benítez ya está en semifinales, otro año más, aunque nunca con la placidez y facilidad de la actual edición. Su fútbol metalúrgico acapara críticas, pero resulta fiable y sólido en una competición de eliminatorias extremas como demuestra su brillante historial. Frente a un PSV remendado arriba, abajo y en el centro (sin Koné, Álex ni Afellay y perdiendo a Farfán y Méndez durante el partido), el Liverpool se ha plantado con su 4-4-2 elástico y ha sembrado de minas el campo.

Mascherano ha debutado en Champions con más libertad de la que goza habitualmente porque Xabi Alonso ha guardado bien la posición central, en tanto la banda izquierda quedaba reforzada por el eje Fabio Aurelio-Riise y Gerrard se beneficiaba de la mansedumbre de los medios holandeses. Ha bastado una combinación Mascherano-Finnan para que el centro del lateral fuese cabeceado a gol por Gerrard y adiós al partido, que ha pasado a ser un paseo militar para los ingleses, que lo han apuntillado a través de sus pegadores: Riise desde fuera del área, Crouch por alto.

Benítez se ha permitido el lujo de forzar la tarjeta de suspensión de Kuyt, que llegará limpio a semis, prácticamente como todo el Liverpool, un equipo que no enamora por su creatividad, pero que cumple escrupulosamente todas las reglas sagradas del fútbol: defiende con seriedad, se planta acertadamente en el medio y golpea implacable en el área rival. Cuartofinalista de Champions en 2003 y campeón de la UEFA en 2004 con el Valencia, campeón de Champions en 2005, semifinalista como mínimo en 2007, a la espera de verse las caras con Mourinho (en la revancha de las semis de 2005) o Quique, éste es Benítez, especialista en esa cosa llamada fútbol europeo.



En San Siro, Milan y Bayern han jugado un partido que parecía de otro siglo, pero emotivo y de una competitividad extrema (2-2). Fútbol anciano el del Milan, envejecido a base de seguir siempre el mismo guión, repitiendo idéntica jugada: Kaká engancha con Gilardino en busca de una pared larga en el vértice del área, enganche que casi nunca se produce, bien por torpeza del delantero, bien por ventaja del defensa. Poco más ofrece el Milan, como no sea que juega con siete hombres, más Dida, siempre por detrás del balón en busca de esa jugada que Kaká acaba sacándose de la chistera. Pero Kaká es cada vez menos el futbolista desequilibrante y decisivo que tanto prometía, quizás porque arrastra la fatiga mundialista o porque el calcio le ha fundido los plomos. Así que el Milan anda encomendado al talento de Pirlo, principio y final de este equipo con mucho oficio y poca alma.

Y eso que enfrente ha tenido un Bayern muy parecido al que cayó en el Bernabéu, pero sin el coraje bravucón de Van Bommel, suplido en la eficacia rematadora por Van Buyten. Un Bayern con todas las virtudes germánicas (la lucha hasta el último segundo, jamás darse por vencido), pero sin más cualidades futbolísticas que el pelotazo largo o el disparo lejano. Sólo la entrada conjunta de Pizarro y Lell ha dinamizado a un conjunto monótono y previsible tanto en lo bueno como en lo malo, pero que ha embotellado a los locales, agotados a la hora de partido, y sacado petróleo de San Siro con lo que le bastará empatar a nada para regresar al terreno azaroso de las semifinales, confirmando lo que sabíamos: el Madrid dejó escapar una gran oportunidad.

Fotos: EFE - AP - AFP - Getty.