Como esas fiestas paganas que dan la bienvenida al verano, el regreso firme de Piqué y Puyol a la defensa blaugrana ha
sonado a chupinazo. Como si la pretemporada se hubiese alargado durante
meses, a la espera de que todos, grumetes, marineros y capitán,
estuvieran a bordo. En cuanto la doble P del Barça ha ingresado en el arca, la nave parece haber partido por fin de puerto. Guardiola ha pasado lista y ya están todos a punto: se han terminado los ensayos y empieza el curso de verdad.
Con Puyol y Piqué regresa la normalidad atrás, la sensación de que la casa está bien protegida y nada malo puede ocurrirle. En su larga ausencia, Mascherano y Abidal han
sido fenomenales correctores, pero llegados a las nuevas semanas de la
verdad, la seguridad emocional retorna con el capitán y su teniente.
Posiblemente, porque el fútbol empieza a resolverse siempre en lugares
sin focos y esa pareja se mueve por la base del campo, ahí donde un
resbalón quiebra las faenas y jamás puede perderse el sentido, la
posición y la intensidad. Con ellos dos en el punto de partida, el Barça
reconquista sus certezas, lo que no es poco en un deporte repleto de
incertidumbres.
El resto es memoria. Aunque somos nuestra memoria, como dijo Borges,
todo se olvida con facilidad en este mundo clínex y lo que no se
recuerda, se repite. Se acerca otro clásico y todo vuelve a parecerse,
en especial el enfoque sobre el estado de los dos grandes dominadores
del fútbol moderno. Como en un bucle inagotable, ambos entornos repiten argumentos,
quizá por el deseo de verlos convertidos en realidad. Pero lo único que
no olvida la memoria es que el Barça es el número 1 en fútbol agregado,
mientras el Real Madrid lo es en fútbol disperso. El resto es hijo del
olvido.
A veinte días del día 10, una de las pocas certidumbres que
tenemos es que, cuando pintan bastos, el Madrid se encomienda a su juego
del curso pasado y el Barça a su juego de siempre. En las noches
agrias, todo equipo necesita agarrarse a un salvavidas. El madridista se
compone de coraje, intensidad sin límites y contundencia en cada
acción. El barcelonista está formado, a partes iguales, por pausa,
triangulación y búsqueda de pasillos dentro del laberinto. El salvavidas
blanco le permite superar temporales sin necesidad de practicar un
juego construido: desde la dispersión y el vértigo, el Madrid continúa
siendo implacable. El salvavidas blaugrana ya posee un historial
meritorio de rescates imposibles en noches de naufragio. Cuando hay
riesgo de que la nave zozobre, el estilo de juego siempre está ahí,
aportando su pausa, juntando al equipo como el hilo que recoge todas las
perlas.
Nos esperan veinte días de palabrería vana antes de la nueva batalla naval. Mourinho ya
ha demostrado que su Madrid es capaz de interpretar varias melodías
dentro de un mismo partido, pero que es en la dispersión y el vértigo
donde mejor se siente. Así jugará en el Bernabéu. En cuanto a Guardiola,
probadas ya todas las variables tácticas que caben en el manual
-probadas y aprendidas-, sus certezas se resumen en dos: el estilo y el
retorno de sus hombres vitales. Ya los tiene a todos a bordo, sin
rasguños. Y la nave va.