A base de observar las partes del fútbol como segmentos
independientes estamos cerca de perder de vista el todo. No sólo se
trata de esa corriente tan estúpida de los galardones individuales en un
deporte colectivo, sino especialmente de las varas de medir que
empleamos: la mayoría de ellas enfocan el fútbol desde la perspectiva
del individuo y no del colectivo, lo que es un contrasentido. De hecho,
la propensión a medirlo todo y construir con esas mediciones un muro de
estadísticas es otra tendencia perversa, pues conseguimos con ello
reducir el análisis del fútbol a un montón de cifras sin sentido: los
kilómetros que recorre un portero o el número de balones que recupera un
mediocentro, despreciando si el guardameta tiene influencia real con
sus paradas o la iniciación del juego y si el mediocentro, tras
recuperar esos balones, se limita a perderlos de inmediato dada su
enorme torpeza.
Sin duda, todo ello es fruto de la banalidad
imperante, que se ha propuesto descontextualizarlo todo para analizar
partes muy pequeñas al microscopio y gritar “¡Eureka!”, creyendo haber
descubierto la sopa de ajo del balompié. Frente a semejante aberración
se alzan algunos entrenadores y analistas sosegados que nos recuerdan
que el fútbol necesita mirada amplia, casi de telecospio, dada su red de
interrelaciones sociales que contiene la vida de un equipo, donde nada
ocurre sin causa previa. Son técnicos de variadas categorías y renombre,
situados en clubs de todo tipo, muchos de ellos en categorías
inferiores, algunos en paro, que están intentando quebrar esta tendencia
que los periódicos han puesto de moda. Técnicos que nos aleccionan
sobre la complejidad del fútbol, pues basta un movimiento en una zona
del campo para desencadenar consecuencias importantes en la otra punta y
nada de todo ello es mesurable con una estadística torpe y
reduccionista.
Personalmente, siento predilección por estos
entrenadores y su difícil intento. Son gente como Pep Guardiola o Raúl
Caneda, como Juan Ignacio Martínez o Dani Fernández, como Sandoval,
Mourinho, Lluís Carreras o Adrián Cervera. Hay muchos más. No hablo de
sus personalidades, ni de los personajes que interpretan, ni de sus
resultados, sino del esfuerzo por definir el fútbol como un todo y no
como la suma de las partes, como si se tratara del despiece de un
ternero. Frente a ese fútbol que sólo mide kilómetros y remates,
porcentajes y ratios, recuperaciones y despejes, hay otro mucho más rico
y complejo que nos habla de movimientos colectivos y decisiones
conjuntas. Es el fútbol que reivindico, más humano y terrenal, menos
numérico y segregado. También, es verdad, más difícil de comprender y
mucho más exigente para ser explicado. Un problema para los periodistas.
- Publicado en Sport (19-XI-2011)