El Juvenil A de Óscar García Junyent vuelve a ser un conjunto imponente. Del campeón del triplete del curso pasado, apenas tres titulares sobre el césped. Ocho piezas claves ascendieron al Barça B y el equipo se ha recompuesto al completo, pero no de cualquier modo: en una competición donde se admiten tres titulares nacidos en 1992, el Barça ha alineado cuatro chavales del 95 (Samper, Dongou, Sandro, Grimaldo), pero no parece notar la diferencia de edad. Se aferra al juego de posición, domina y somete.
Algunos detalles muy interesantes: la locomotora avanza a ritmo sostenido, con porte y pautas de fútbol profesional; el fichaje de Miguel Bañuz da una solidez inaudita a la portería: un juego de pies excelente y una personalidad arrolladora; Ayala sigue progresando como central; Dongou no solo golea con una facilidad aplastante con ambas piernas, sino que es capaz de fajarse como lateral cuando el Barça se queda con 10 en los últimos minutos por lesión de un compañero; Sandro, otro jovencito, que está reconvirtiéndose de 9 clásico en atacante por banda sin perder gol; la potencia inagotable de dos motores diésel como Patric Gabarrón y Jordi Quintillà; o el desborde de Sáiz-Maza por banda izquierda, todavía con dificultades de coordinación con Grimaldo, el pequeño puñal.
Y dos asuntos deslumbrantes. Sergi Samper como mediocentro de posición: Óscar le ha fijado ahí para que tome las medidas del puesto. Con instrucciones de jugar a un toque siempre, máximo a dos, y ubicarse de tercer central en los últimos veinte minutos. Está haciendo un máster del oficio. Se ofrece, ocupa el espacio vacío, descarga, divide al rival, hace las coberturas y se aleja de los focos a base, precisamente, de ahorrar en toques. En 90 minutos, solo una vez ha tenido que dar tres seguidos. Deja el aroma de un híbrido entre Busquets y Xavi.
Y la presión tras pérdida de balón: copia exacta del primer equipo. A un grito de Bañuz o de Óscar, el equipo salta como un muelle hacia delante y lobos famélicos rodean al dueño del cuero para arrebatárselo. Por momentos, uno se queda con la impresión de que estos chicos están jugando a recuperar balones contrarreloj, como si hubiese un premio en juego, tal es la voracidad con que presionan. Un espectáculo en este arte que considerábamos menor.