En el decimoprimer movimiento de las blancas, Adolf Anderssen sacrificó uno de sus alfiles. No fue en vano. Atrajo al rival, el francés Lionel Kieresitsky, que no comprendió lo que tramaba el maestro alemán. Un rato más tarde, Anderssen
permitió el sacrificio de sus dos torres, siguió adelante con el plan
y, en el vigesimosegundo movimiento, sacrificó incluso a su dama. Pero
la siguiente pieza que movió ya fue para dar jaque mate al rey negro y
cerrar la que se ha denominado como La Inmortal, una de las partidas de ajedrez más bellas de la historia, disputada en Londres en 1851.
Bajo la lluvia inagotable de San Mamés, Keita fue el alfil sacrificado por Guardiola, la niña de sus ojos; y Cuenca y Villa,
las dos torres entregadas, uno en la grada, el otro en el banquillo. A
cambio, llenó el tablero con piezas de orfebrería. ¿Tenía sentido
presentar semejante equipo de peloteros para un partido que prometía ser
de Premier inglesa? Ninguno, salvo por el incombustible convencimiento
de Pep sobre la bondad del estilo de juego de su equipo. Este
estilo ni se negocia ni se discute. Más que un estilo de juego, parece
haberse convertido en un estilo de vida. El balón es el centro del
universo blaugrana, el sol a partir del que se alinean los planetas, el alimento de sus futbolistas.
Ni
el diluvio ni los charcos escamotearon el concepto de juego y sus
movimientos frente a un Athletic grandioso en el esfuerzo, con grandes
campeones en sus filas, generosos en el sacrificio defensivo, guerreros
como siempre, mejor plantados que nunca: ese Llorente gladiador, ese Muniain iniestiano, ese Ander Herrera prodigioso; fieros, testarudos, indesmayables. El Barça respondió insistiendo en su esencia: el balón como principio y final.
Partido
mayúsculo y memorable en el que ambos maestros alinearon piezas con
significado, buscando el golpe mortal, provocando el error del contrario
(así llegaron los cuatro goles).
En la agonía, Guardiola incluso sacrificó a su dama (Xavi) para alcanzar el jaque final como hiciera Anderssen
hace 160 años, pero el desenlace no se repitió, por más que este
partido alcanzara también categoría de inmortal por su carga conmovedora
y la entrega sin límites. Defendiéndose el Athletic, atacando el Barça,
errando ambos en instantes cruciales, pero convirtiendo una partida de
ajedrez bajo el agua en un combate mastodóntico que se recordará durante años. Terminó en tablas,
pero también será La Inmortal.