Los estilos de juego son como los idiomas: variados, distintos, ricos
y complejos. Los intérpretes de cada estilo futbolístico son como los
hablantes de un idioma, vocalistas de un lenguaje singular, nacidos
todos de troncos comunes que fueron derivando en especializaciones
sucesivas. Nadie como un nativo para hablar su idioma, con lo que no
puede extrañar que los italianos se sientan cómodos defendiendo juntos y
encerrados, ni los ingleses corriendo arriba y abajo o nosotros
interpretando el juego de posición. Ni tampoco debe sorprender que
hablar un estilo opuesto al idioma “materno” se convierta en una
acumulación de problemas y torpezas hasta que se alcanza la adaptación
óptima.
Como en la vida real, hay idiomas futbolísticos para cada
identidad y así, el francés suena dulce para el amor, el italiano para
la lírica, el inglés para los negocios y el alemán para la instrucción.
Lo que tiene poco sentido, sea dicho como un simple ejemplo, es
organizar un catenaccio con sólo tres defensas o jugar al contragolpe
con futbolistas lentos e imprecisos. En esta línea, deseo anotar la
dificultad de practicar el juego de posición con dos mediocentros, al
hilo de los que emplea Vicente del Bosque en la selección. El juego de
posición, en efecto, contiene algunos principios que no pueden
contravenirse a expensas de quebrar su desarrollo fluido, uno de los
cuales es colocar a los jugadores a diferentes alturas para facilitar la
creación de líneas de pase. Busquets y Alonso, siendo perfiles muy
diferentes (Busquets se aleja del compañero, Alonso se acerca a él), se
alinean a alturas similares, lo que reduce y entorpece la generación del
juego interior. Inteligentes y hábiles como son, ambos corrigen sobre
la marcha esa disfunción y tratan de superarla a través de movimientos
que no les son naturales: Xabi Alonso, abriéndose hacia una banda, con
lo que pierde la amplitud de horizonte que hace de él un auténtico quarterback del fútbol; y Sergio Busquets, echándose hacia atrás para
buscar esa diferencia de altura entre ambos. El resultado final es una
cierta dislexia en el juego de posición, defecto que desemboca en los
pies de Xavi en forma de balones sucios, un pecado mortal en este estilo
de juego que exige que el balón salga limpio desde atrás y se generen
superioridades detrás de cada línea de presión.
Esta dislexia
futbolística, ya anotada en el brillante Mundial conquistado, es un
problema a señalar, pero no una enfermedad de la selección, donde Del
Bosque se ha erigido con razón en líder incuestionable, por más que
ahora se le critique por causas alejadas a su desempeño. Incluso con
este problema a cuestas, la selección posee el idioma más fructífero del
fútbol mundial a día de hoy. Cuestión distinta es preguntarse si dicho idioma será cuestionado si no se conquista la Eurocopa.