Basta un grano de arena para estropear un reloj de alta precisión. Y
basta una ausencia para que el hilo del collar de perlas se deshilache. Iniesta, Andrés Iniesta. Una ausencia grave como la voz noble de un bajo. Añadamos la de Cesc
y ya tenemos a los dos hombres que viven entre líneas y comprendemos
las causas de que el Barça no consiga romper las líneas rivales y su
juego se convierta en intrascendente. No es vana aquella frase de Xavi recordando que él es él y sus socios. Sin los socios, Xavi no puede ser él porque no tiene a quién pasarle el balón entre líneas, lo que es sinónimo de intrascendencia.
La doble ausencia de quienes juegan entre líneas, como primera causa.
La fatiga mental, como segunda. Competir cada tres días es un esfuerzo
hercúleo si estás en la élite y debes hacerlo de forma continuada, año
tras año, resistiendo el asalto de aspirantes famélicos. El deporte está
repleto de ases que prolongaron sus éxitos más allá de toda lógica y
necesitaron sucumbir ocasionalmente para restablecer su dominio con más
fuerza. Capablanca o Kasparov, Federer o Nadal, Carl Lewis o Michael Phelps. Ninguno
fue imbatible y todos ellos son gigantes. Vencieron, volvieron a
vencer, cayeron, dudaron, persistieron, resurgieron, triunfaron de
nuevo.
Este Barça, translúcido en Getafe y dubitativo en algunos
pasajes de la temporada, pertenece a esa estirpe de gigantes del deporte
cuya máxima es competir siempre aunque a veces no consiga la victoria.
Comete errores, sin duda, como desaprovechar las bandas ante un rival
enrocado y triplemente amurallado y sufre mermas importantes por
planificación, accidente o azar, pero su alma contiene la valentía
original del deportista completo. Hoy está mentalmente fatigado y
dolorido, pero muy pronto dará nuevas lecciones de lo que significa
levantarse y seguir compitiendo sin mirar atrás. Si su estilo no se
discute, su grandeza no se cuestiona.