El éxito no otorga impunidad. Laporta fue el presidente de los mil éxitos, pero semejante colección de títulos y victorias no condona sus desmanes económicos si es que existieron, algo que hoy sólo es una sospecha pero deberá ser validado judicialmente para convertirse en certeza. Los títulos sirven para llenar vitrinas y vivir una felicidad inenarrable, pero no son la amnistía para los pecados del abuso y la conducta impropia. Por dicha razón y sólo por ella me parece positivo que la representación social del Barça haya emprendido el espinoso camino de reclamarle responsabilidades a los antiguos gestores. No parece ser la única razón pues ha habido demasiados movimientos del nuevo presidente que dibujan una motivación extra: la venganza, un plato que se sirve frío pero que también es un poderoso motor de destrucción. En sus primeros cien días, Sandro Rosell ha dejado una estela de pequeñas medidas nada constructivas y la apariencia, quizás falsa, de moverse por razones revanchistas hacia su antecesor. De ser así, el tiempo le pasará una factura similar pues no resulta fácil convivir con el ejemplo de Mandela por bandera pero actuar al revés.
Las motivaciones que pudiera tener el nuevo presidente no deben minimizar la bondad, en mi opinión, del criterio social adoptado. Por un margen escuálido, añadamos, aunque tan legítimo como el que le permitió a Laporta mantenerse dos años más en el cargo pese a la abrumadora votación negativa de la moción de censura. Creo que el Barça saldrá reforzado de esta batalla entre hermanos porque la exigencia de honestidad, transparencia y comportamiento ético jamás puede engendrar debilidad en ninguna entidad. Lo saben bien las sociedades anglosajonas, mucho más severas y racionales que la nuestra: con el dinero de los demás no deben hacerse avioncitos de papel. ¿Qué eso puede fracturar al barcelonismo? No seamos ingenuos: el barcelonismo lleva fracturado desde hace medio siglo. Es el club de los cien “ismos”, donde cada presidente, entrenador o directivo tiene su facción de apoyo y su oposición. El barcelonismo es una masa social gigantesca y transversal, pero también fragmentada y proclive al cainismo y la polémica gratuita. Un club que lleva dos décadas enfrentado a un partido de tenis entre nuñistas y cruyffistas y, sin embargo, ha conquistado en estos veinte años más títulos que en toda su historia ¿qué debe temer ahora?
Más bien al contrario, el Barça saldrá fortalecido de esta nueva pelea fratricida porque ha tomado una medida ejemplar: exigir responsabilidades al piloto de la nave. Sabemos que la condujo con acierto y éxito, y en el futuro sabremos si también lo hizo con la honestidad exigible. Nunca antes había ocurrido en el fútbol español, un solar poblado de jaimitos y tancredos. Este es un país donde jamás se levantan las alfombras, ni en fútbol, ni en política ni en ningún ámbito social y así estamos todos, oliendo un aire putrefacto y hediondo. Ahora que alguien se ha atrevido a abrir las ventanas, incluso si lo ha hecho por la innoble razón de la venganza, no podemos más que aplaudir semejante acción. El Barça ha dado un ejemplo de transparencia y también un precedente. Amargo y agrio, pero un ejemplo.