Los grandes cambios en el fútbol acostumbran a pasar desapercibidos. Nos fijamos en el dedo que señalan la Luna, pero no vemos la Luna. Dedicamos miles de horas de nuestro interés a menudencias e insignificancias o, aún peor, a enzarzarnos en inútiles polémicas. Inútiles porque descubrimos que no tenían solución dado que el problema ni siquiera existía. Y, sin embargo, no vemos cómo se mueve el universo del balón quizás porque los estudiosos del márketing ya sentenciaron hace décadas que una cosa es la moda y otra la tendencia. Y que mientras las modas son pasajeras y fútiles, las tendencias son profundas y sustanciales y generan movimientos rotundos. Las tendencias poseen la fuerza del tsunami: no generan grandes olas, pero son imparables.
Unos de los grandes cambios se ha dado en el comportamiento del futbolista. Hasta hace unos años, era un cuentista al que se le admitía todo. Mi padre y Angel Mur me explicaban con toda naturalidad que los entrenamientos de Kubala tenían lugar en la camilla del vestuario, donde dormitaba sus excesos, lo que era aceptado como normal y lógico, una costumbre intrínseca al fútbol. Años más tarde, Carles Rexach puso de moda que correr era de cobardes y nadie se rasgó las vestiduras con las juergas y correrías de futbolistas de todo pelaje. Era moneda corriente que un jugador ni se entrenara, ni se cuidara. La afición lo entendía razonable y habitual hasta el punto que se miraba como a un bicho raro a quien incumplía estas costumbres. En los debates periodísticos se zanjaba la cuestión con el mismo argumento: siempre ha sido así, con lo que no hacía falta discutir más. El futbolista era todo menos un deportista.
Cuando ocurrió con Ronaldinho ya se oyeron bastantes quejas. Ya no parecía tan razonable que la estrella del equipo no se entrenara ni cuidara por más maravillas que protagonizara después en el césped. La debacle post-París sentenció el cambio de tendencia, un cambio que ha tardado décadas en cuajar hasta hoy en que el futbolista ya es un deportista al cien por cien y prensa y aficionados han entendido y asumido que no puede haber resultados sin trabajo; éxitos sin entrenamientos; continuidad sin dedicación. A nadie se le ocurre ya justificar al jugador juerguista y trasnochador, ni merece ningún aplauso su desapego al sacrificio. Los términos de la ecuación se han invertido y ahora mismo no hay futbolista que se atreva a bostezar en el gimnasio o a entrenar sin haber dormido o a no cuidar su alimentación. No dudo que aún hay quien rompe los protocolos del ‘entrenamiento invisible’, pero son los menos y tienen que esconderse. La tendencia ha girado radicalmente y no hay sitio en el fútbol moderno para los que huyen del esfuerzo.
- Publicado en Sport (16-X-2010)