sábado, julio 29, 2006

Ojo al parche... de testosterona


La historia siempre es la misma: un médico que aplica un pequeño parche de testosterona en el cuerpo del deportista agotado; una exhibición del mismo deportista al día siguiente entre los vítores de la afición estupefacta; un ligero error en la dosis; un resultado positivo en el control antidoping; el desmentido enojado del deportista; y una cortina de humo montada por un grupo de abogados, basada en la generación endógena de las sustancias más variopintas. La historia se sucede cansinamente, una y otra vez, con el objetivo de crear dudas entre los profanos, quienes a base de repetición machacona pueden acabar no sabiendo a qué carta quedarse.

También de forma reiterada aparecen las menciones a la presunción de inocencia, que debemos respetar por más que la prueba del resultado positivo aparezca como una declaración tangible de culpabilidad manifiesta. Por supuesto, el deportista ha de poder defenderse y comprendo que debe ser muy duro aceptar públicamente que hiciste trampa, que engañaste a todos, que te saltaste las normas. También en este caso aparece siempre quien abandera la política de aprobar toda clase de doping porque ¿para qué prohibirlo, pudiendo extenderlo masivamente? Claro que quien argumenta así podría seguir adelante en la espiral que propone y pedir también que valiese cualquier maniobra en la Fórmula 1, que no hubiese ninguna agresión sancionable en el fútbol, que se abriera barra libre en el motociclismo. Y quizás de este modo acabaríamos batiendo los récords de brutalidad del circo romano...

Cuando un deportista da positivo por testosterona resulta que ha multiplicado por cuatro el nivel medio estadístico del ser humano. Ha alcanzado una relación entre testosterona y epitestosterona cuatro veces superior a la normal, un nivel inalcanzable de forma endógena, por secreción natural. Cuando les pillan, los ciclistas dicen que generan esa sustancia de forma natural desde que son pequeños. Bufetes de poderosos abogados les apoyan en esas tesis, totalmente inexactas, pero susceptibles de crear confusión. Son simples cortinas de humo que, sumadas a pleitos judiciales de largo recorrido, permiten hacer creer que finalmente quizás no hubo doping. Ahí sigue Gurpegui como paradigma. Y tantos otros, dopados indiscutibles, pero agarrados a argucias leguleyas para intentar confundir a la opinión pública.

Digámoslo claro para que nadie se equivoque: poco después de pillar una ‘pájara’ descomunal, víctima de un agotamiento demoledor, al ciclista de turno le aplicaron un parche de testosterona. No sabemos si fue un parche escrotal, comercializado con la marca Testoderm, de la empresa Alza Corporation de Palo Alto (California), que libera de 4 a 6 gramos de testosterona por día y permite que a las cuatro horas de aplicarse en el escroto (que deberá estar totalmente afeitado), el cuerpo agotado recupere completamente su concentración anterior de testosterona. O si fue un parche no genital de permeabilidad aumentada, comercializado bajo la marca Androderm por Smith Kline Beecham Pharmaceuticals de Collegeville (Pennsylvania), con el que basta una pequeña dosis de 5 gramos para conseguir en ocho horas las concentraciones originales de testosterona.

Pero fuese uno u otro parche, ahí hubo un médico que dopó a un deportista.

Referencias
- La defensa de Landis
- El procedimiento seguido


Fotos: AP - UEFA.com - AFP.