
Desde hace muchos años, casi ni recordamos cuantos, el nivel general de los presidentes de clubes en España no destaca por su altura de miras ni por su capacidad de gestión. Si algo ha destacado han sido los personajes histriónicos, los especuladores con ansias de riqueza, los hambrientos de poder y focos. Todos hemos visto personajes de estas características, capaces de sonrojarnos con sus bufonadas o de incrementar exponencialmente sus fortunas merced a la utilización del palco presidencial. Ahora se despide Ruiz de Lopera, hombre capaz de amar tanto al Betis que hasta cedió su nombre para que bautizaran el estadio con él.

Su sombra será alargada, pues ha prometido no intervenir salvo en la gestión de los activos, o sea en los traspasos de jugadores. Seguiremos oyendo hablar de él.