sábado, agosto 26, 2006

Fenomenal exhibición de cómo parar una máquina


En el deporte se gana con el cerebro y se pierde por la boca. Nadie conquista títulos sin bajar del autobús por más que los corifeos de la industria mediática rellenen páginas infinitas de elogios fatuos. Un gran equipo le ha dado una inmensa lección al equipo que debía ganarlo todo y que ya no lo va a hacer. ¿Servirá de algo la lección?

Era evidente que llegaría el día en que alguien aplicaría el antídoto adecuado a los sistemas de Rijkaard. Hace poco, el Espanyol lo demostró durante media hora aunque después se ahogó y el Barça se lo quitó de encima como quiso. Anoche, el Sevilla aplicó el antídoto en toda su dimensión: marcaje pegajoso a los tres delanteros, presión inmensa en el centro del campo y balón para que lo rife Puyol. Con esas tres claves el Barça queda convertido en un conjunto menor. Y si el rival es capaz de mover rápido el balón, posee delanteros poderosos y veloces y hombres con buen toque de balón en la segunda línea, en ese caso incluso es posible un baño completo como el vivido en Mónaco.

Jugador por jugador, el Sevilla ha sido muy superior al Barça. Colectivamente también. Anímicamente ha estado muchos grados por encima, no en vano bastantes jugadores barcelonistas tardaron media parte en darse por enterados de que la final había empezado. Juande Ramos tenía un antídoto contra el libreto clásico de Rijkaard, que sólo ha podido presentar una única alternativa: sacar toda la caballería al campo, aunque eso fuera más un ejercicio estético que eficaz, ya que por cada delantero barcelonista Juande Ramos metía otro centrocampista con más hambre de balón y ganas de pelear. Casi no hace falta citar los nombres de los héroes sevillistas (Alves, Kanouté, Navas...) porque absolutamente todos han sido claramente superiores a sus rivales. Pero no quiero dejar de mencionar al danés Christian Poulsen, el mediocentro que el año pasado sujetaba al Schalke 04 (ahí le sufrió el Sevilla en semis) y esta temporada ya es el eje absoluto del conjunto sevillano.

La ley del péndulo en que históricamente se mueve el barcelonismo llevará ahora al cadalso a muchos jugadores. Los mismos que alardeaban de invencibilidad, que se jactaban de que no hay rival en el mundo capaz de parar a la máquina blaugrana, que despreciaban a Chelsea, Werder Bremen o Sevilla, los mismos que daban por ganados siete títulos por anticipado o pedían aún más premios para los jugadores, estos mismos que parecían haberse convertido a la fe arrogante de los ‘nuevos galácticos’ serán ahora quienes destripen a Motta por su inoperancia, a Deco por su debilidad, a Messi por su ineficacia, a Ronaldinho por su nueva desaparición y así hasta dispararle al utillero.

Y, sin embargo, eso será otro grave error. El Barça es un gran equipo, espléndidamente dirigido, compuesto por excelentes futbolistas, con automatismos bien mecanizados y sistemas tácticos estudiados. Casi siempre, la suma de estos factores arroja brillantes resultados. Y volverá a hacerlo de forma sistemática. Pero a veces, otros factores de carácter negativo reducen esta suma. Factores como la soberbia natural de todo deportista colmado de elogios y premios; la distracción de los compromisos publicitarios y de imagen incluso la misma mañana de la final; la relajación en la preparación física, técnica y táctica; la ausencia de alternativas estratégicas claras; o la petulante jactancia del entorno directivo y mediático. Estos factores restan, pero si enfrente hay un rival empequeñecido, acogotado por la imagen mediática del Barça, apenas se nota. Pero de vez en cuando aparece un Sevilla: pletórico, valiente, aguerrido y con un plan. Y entonces los factores negativos del Barça se comen a los positivos.

Probablemente Frank Rijkaard imaginaba que algo así iba a suceder. Había dicho demasiadas veces en poco tiempo que el Barça necesitaba trabajar, sufrir y pelear. Quienes le acusaban de plañidera habrán comprobado que tenía razón. En deporte no se gana con palabrería vana.

Fotos: Getty - AFP - EFE.