lunes, febrero 19, 2007

El Sevilla no está para bromas


El jueves por la noche me preguntaba, en gallega duda, si el Sevilla subía o bajaba, pues el puñetazo en Bucarest parecía indicar un progreso evidente pero los últimos empates a cero planteaban varios interrogantes: el estado físico general; la capacidad de soportar la presión; la profundidad de plantilla; la brillantez perdida en las combinaciones... Las respuestas no podían esperar demasiado tiempo, a la vista de las cuatro semanas infernales en que estamos inmersos y no han tardado en llegar. En forma de paliza al Atleti.

Fiado a la velocidad de ida y vuelta del fenomenal Alves y a la fuerza prodigiosa de Kanouté, el Sevilla suma ya una victoria más que el Barça (14 contra 13) y se empareja a puntos con el equipo de Rijkaard, regresando a la misma buena imagen de 2006: sólido atrás, flexible en el centro, poderoso delante. Quizás no sea el equipo más brillante de nuestra Liga, pero sí el más equilibrado entre sus líneas.



La sensación que deja el Barça en Mestalla es la opuesta: la de un equipo que no encuentra el equilibrio, sobre todo cuando se enfrenta a ese 4-4-2 tan habitual y que tanto se le atraganta. Un Barça que ha dejado escapar ya muchas oportunidades de marcar distancias con sus perseguidores y que apenas supera en cuatro puntos al Madrid que peor está jugando en muchos años. ¿Qué le ocurre al Barça? ¿Por qué concede tantas ocasiones claras al rival pese a acumular hombres fuertes en defensa? ¿Cuál es la extraña tenaza que agarrota a un equipo brillante y fluido? ¿Por qué no encuentra, tras muchos meses intentándolo, el antídoto del antídoto?

Preguntas que no están respondiendo Rijkaard y sus hombres, autores de una temporada irregular, con demasiado bla, bla, bla y poco fútbol. El Barça cometió un pecado de soberbia al empezar el curso y dejó que aquella impresión de superioridad absoluta que destilaba se desvaneciera, con lo que ahora todos saben que no es un equipo amante de puñetazos rotundos, sino de bofetones de damisela. Un equipo que antes daba miedo sólo con escuchar la alineación y ahora se afronta como un rival que seguro te va a conceder varias oportunidades pues ha sido incapaz de ganar un solo partido fuera de casa desde el 19 de noviembre del año pasado, hoy hace tres meses. La única buena noticia que deja en Mestalla se llama Messi, pletórico y rotundo en su forma de echarse el equipo a la espalda.



Pero también mucho mérito para un Valencia sin grandeza, aunque descomunal en lo metalúrgico. En el fútbol se llega al triunfo por caminos diversos y Quique ha elegido uno muy concreto: vencer a partir de jibarizar el terreno efectivo de juego. El Valencia reduce el campo a la mínima expresión a base de comprimir sus líneas y regalar el balón, pero esa es una maniobra de engaño pues se trata sólo de flexionarse atrás para lanzarse en tromba al contragolpe. A mucha gente le molesta este estilo (personalmente, lo aborrezco), pero contra el Barça Quique ha dado una lección de sentido estratégico.

Si no puedes vencer a tu enemigo con sus mismas armas debes emplear las opuestas. Quique ha dicho que no le puede ganar al Barça a base de toque y calidad, de ahí que haya optado por dejar que el visitante moviera el balón en zonas inocuas y luego se enredara en la tela de araña para acabar muriendo ahogado en el contraataque. Podrá no gustar el estilo, que además se demuestra estéril frente a equipos menores, pero es un camino legítimo para alcanzar el triunfo. Lo sorprendente es que el Barça, al que le han aplicado esta medicina hasta el hartazgo, no encuentre ninguna llave para abrir dichos candados. Otra cuestión es si al aficionado de Mestalla le gusta este fútbol...

Fotos: AFP - AP - FC Barcelona.com.