Una humillación combinada con una pesadilla, mezclada con un baño completo y un baile perpetuo. Esa podría ser una definición de lo ocurrido anoche, pero sería una definición prosaica, probablemente grosera y demasiado simplista. Prefiero pensar que hemos visto un momento mágico, el de un colectivo sublimando el fútbol, ejecutando una sinfonía portentosa. Ha sido un partido asombroso e histórico, pero no por lo que estaba en juego, ni por la tensión competitiva con que se llegaba, ni por la formidable fortaleza del Madrid, que ahora parece capitidisminuida, ni siquiera por el apabullante resultado final.
Ha sido excepcional y grandioso. Y singular y majestuoso, y descomunal e incluso superlativo porque ha sido un partido que supone la culminación de una idea, de un modo de practicar este deporte. Un estilo distinto, difícilmente imitable, basado en unas premisas nada frecuentes, un estilo casi contracultural y a contracorriente de lo acostumbrado: que defiende atacando y convierte al balón en el eje sobre el que gira todo su mundo. Desde la simiente labrada por Cruyff y Rexach, abonada por Van Gaal y cosechada por Rijkaard, el mago Guardiola ha levantado un monumento al arte, una pieza de orfebrería local, fabricada con gente propia, surgida de los hornos de la cantera, escrutados en campos modestos cuando apenas eran infantes, formados en largas tardes por maestros sigilosos, cultivados en el silencio como ocurre con el buen vino. Nueve de ellos formaron anoche en este acontecimiento planetario que ha resquebrajado muchas certezas precoces. Nueve de ellos, casi un equipo completo, certificando las bondades de esa idea de juego tantas veces cuestionada.
El Madrid ha caído con estrépito, pero sería erróneo enterrarlo precipitadamente, pues ha sido siempre un gran competidor y volverá a serlo pese al batacazo morrocotudo del Camp Nou, a mi entender más hiriente que el 2-6 del Santiago Bernabéu, ya no por los goles, ni la superioridad aplastante, ni tampoco por la sensación de quiebra anímica, sino especialmente por el abismo que le separa de la idea futbolística con la que el Pep Team está regando sus exhibiciones. Hoy es un día grande para el Barça por la apoteosis de esa idea prodigiosa.