Como el paisaje después de una batalla, así amaneció Madrid ayer. Frío, gris, lluvioso, apelmazado y silencioso. Con el silencio magmático de los días graves; de las jornadas que por siempre quedan marcadas en rojo. Silencio madridista, mitad sonrojo, mitad impotencia, aderezado por los guiños cómplices de los atléticos mientras la niña rubia que se paseaba por Madrid luciendo la camiseta de Xavi tras el 2-6 vuelve a enfundársela, símbolo reservado para las grandes ocasiones.
Día de la marmota en la capital. Una historia circular que se repite anualmente como si se tratase de un rito preceptivo: tras mucho bla bla bla, el entrenador del Madrid se enfrenta a unos demonios blaugrana y termina chamuscado. Ocurrió con Juande Ramos, autor de una prodigiosa racha que empezó y terminó en el Barça costándole la cabeza; sucedió con Pellegrini, descabezado igualmente tras sucumbir aquí y allí; y vuelve a ocurrir con Mourinho, fichado como antiCristo culé y amnistiado tras el primer gran batacazo. Día de la marmota blanca: grandes expectativas, gigantescas decepciones…
Mucho frío en Valdebebas, donde sólo se entrenan los canteranos. Gente de gran calidad como Sarabia, Morata, Alex Fernández, Jesé, Carvajal y tantos otros. Pero de incierto futuro. Saben que son el futuro, pero no saben de quién. Serán futbolistas de categoría y jugarán en Primera, pero no saben dónde. Difícil que sea en el Bernabéu a la vista de la última década, un secarral yermo para la cantera merengue, fructífera y generosa, pero taponada por las urgencias de una dirigencia cortoplacista. Valdebebas le hiela el corazón a la cantera mientras el madridismo se lame las heridas. Día para quedarse en casa junto al gato, viendo llover tras los cristales mientras suenan grimosas las notas del “Vesti la Giubba” de Leoncavallo: “¡Actuar! ¡Mientras presa del delirio no sé ya lo que digo ni lo que hago! (…) La gente paga y aquí quiere reír y si Arlequín te birla a Colombina ¡ríe, Payaso, y todos te aplaudirán! Transforma en bromas la congoja y el llanto; en una mueca los sollozos y el dolor. ¡Ah!”.
Y así es: a media tarde se despereza el madridismo y empieza a hablar de fichajes y cabezas de turco: lo clásico tras el Clásico. Por la mañana fue distinto y mientras la niña rubia lucía el 6 de Xavi en su colegio, Raúl venía a tomarse un café conmigo. “Nunca renegaré de mi Madrid –me dice-, pero hubo un instante que pensé en hacerme del Barça”, reconoce a media voz, como quien revela el peor de los secretos de Wikileaks. Raúl es una excelente persona: sobria en el triunfo y discreta en la derrota, sin excesivos altibajos, como la mayoría de los madridistas de a pie, buena gente, amante de sus colores y algo desconcertada por tantos tumbos como viene dando la institución. Una parte del periodismo que se realiza en Madrid se ríe del señorío madridista por considerarlo agua pasada, pero los aficionados no se ríen de esa nueva política que parece justificar los medios con tal de lograr los objetivos. Les duele esta nueva goleada, pero sobre todo la exhibición de juego; y aún más las palabras de Guardiola tras su éxito recordando a los padres del modelo. ¡Tienen un modelo!, exclaman lastimeros refiriéndose al Barça y proclamando, al tiempo, que justo eso le falta al Madrid desde ni se sabe cuándo.
Mourinho está a salvo. Los elegidos como cabezas de turco son Sergio Ramos, Benzema y Marcelo. Posiblemente esta será la última temporada de los tres. De Ramos y Benzema, muy probablemente. Con ellos como argumentario alcanza para salir de la pesadilla mientras se aproxima algún delantero centro (Llorente, Almeida, Adebayor, Elmander…) que haga olvidar los dolores de espalda de Higuaín y la “nonchalance” indolente de Benzema. Leña a los tres hasta la próxima victoria. Cae el día, Ramos no sale malparado de los comités y el madridismo carga de nuevo las escopetas de la esperanza: con el bla bla bla, la rueda vuelve a girar.
- Publicado en Sport (1-XII-2010)