La forma de acercarse a la alta competición es muy relevante. Uno puede hacerlo desde el silencio, la discreción, la humildad y la confianza muda o bien desde el exabrupto, el desafío, el pavoneo y la extroversión. Ambos caminos son productivos, legítimos y fundados. Empíricamente hemos comprobado que no hay uno mejor, sino sólo caminos distintos que garantizan ser coherente con uno mismo y nada más. Algo parecido podríamos decir sobre los prolegómenos logísticos de una competición: hay quien viaja el mismo día, no se concentra, llega justo de tiempo al estadio y también quien se enclaustra 48 horas antes y ejerce una vida monacal como preludio competitivo. Ambos métodos contienen virtudes interesantes pero ninguno es garantía de rendimiento superior.
Reflexiono al respecto porque en estos bulliciosos días de ruido y furia parece como si hubiera que decantarse por una forma idónea de acercarse al gran Clásico y que en Barcelona se tuviera claro que lo mejor es el silencio que predica Guardiola y en Madrid plantearan que el éxito reside en el griterío que levanta Mourinho por donde pisa. Creo que no hay un método mejor que el otro, sino más adaptado a las personalidades de un equipo. Calla el Barça, que no es poco en estos tiempos, porque su entrenador es así y lo prefiere. Pep ha leído a Goethe y sabe que se tiende a poner palabras allí donde faltan las ideas, con lo que decidió hace tiempo centrarse en las ideas futbolísticas, sin más. Conoce que el silencio es el elemento en el que se forman las cosas grandes y ha hecho bandera de ello, insuflando dicho espíritu a sus jugadores y convirtiendo el vestuario en una ‘secta’ de gente discreta y silenciosa, donde un simple ‘miau’ desentona.
Mourinho prefiere encomendarse a Churchill (“A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada”) para transitar brillantemente por el fútbol mundial. ¿Es peor ese método? Ciertamente, no. Si acaso, no gustará a quienes preferimos otros valores, pero ello no le resta efectividad. En realidad, ambos entrenadores aciertan en sus métodos. A un Madrid sostenido por la adrenalina y la efervescencia el método estrepitoso de Mourinho le va como anillo al dedo, aunque resquebraje muchas costuras de la institución, peaje que pagará el Madrid de Florentino por haber entregado su alma al portugués. Y a un Barça entregado casi religiosamente a un modelo de juego, el silencio franciscano de Guardiola es la mejor receta posible. Alguna vez que intentó cambiarlo y emplear el camino opuesto (en la semifinal de vuelta de Champions frente al Inter, por ejemplo) quedó comprobado que la adrenalina excesiva le sienta fatal. El Barça florece en el silencio; el Madrid, en el ruido.