Sabemos desde tiempo inmemorial de las dificultades de los ricos (¿o era la facilidad de los camellos?) para atravesar el ojo de una aguja. Pero ¿caben dos gigantes en el ojo de esa aguja? ¿Hay sitio para dos monstruos en la cima del mundo? Esto es lo que se debate este lunes: jerarquía, liderazgo, un sitio en la cumbre. El fútbol no acostumbra a permitir las bicefalias y siempre acaba eligiendo un único dominador.
Miremos donde miremos se repite idéntica ecuación: si sube el Barça, baja el Madrid; si crece el Inter, mengua el Milan; si resucita el Liverpool, pincha el Manchester y mil ejemplos más. Parece como si el fútbol tuviese el capricho de permitir una presencia exclusiva en las cimas heladas del éxito y las últimas décadas nos recuerdan que aquí ha ocurrido también: dominó el Dream Team, mandó la Quinta del Buitre, venció el Barça de Van Gaal, le sucedió el Madrid Galáctico y llegó el círculo virtuoso iniciado por Rijkaard, interrumpido dos años por dejadez propia más que méritos ajenos, y sublimado por el Pep Team. A cada dominador del ciclo le ha correspondido un rival hundido y desorientado.
Llegan ahora Barça y Madrid es su mejor momento. Estado pletórico de forma, plantilla completa, dominio abusivo del campeonato, autoestima al máximo, certezas confirmadas, automatismos engrasados… No hay merma en ninguno de los bandos, ninguna excusa a la que acogerse, ningún factor que les disminuya. Llegan ambos como habían soñado hacerlo y no se vislumbra nada que pronostique el fin del ciclo barcelonista ni el predominio del madridista. ¿Podrán convivir ambas jerarquías? No me refiero solo a ganar títulos, que son muy importantes, por supuesto, sino a jerarquía auténtica, a dominio aplastante y evangelización de un modelo y estilo de juego. El Barça de Guardiola ya tiene todo esto (títulos, gloria, honores, aura y altares) y el Madrid de Mourinho pretende algo similar y posee armas para conseguirlo.
¿Será posible una bicefalia, un duopolio en el fútbol europeo? No se percibe la menor flojera en el vestuario de Pep, ninguna sensación de estar saciado. Al contrario, el formidable rival le estimula como nadie hizo antes, exigiéndole lo mejor de sí mismo. Esta generación de megacampeones asume semejante desafío hercúleo no con la vocación de permanecer en la cima, sino con la de construir nuevas cumbres más altas. Tampoco se adivinan incertidumbres en el vestuario madridista, administrado con mano de hierro y teatro del bueno, lanzado al galope tendido hacia sus años de gloria.
¿Será posible una bicefalia, un duopolio en el fútbol europeo? No se percibe la menor flojera en el vestuario de Pep, ninguna sensación de estar saciado. Al contrario, el formidable rival le estimula como nadie hizo antes, exigiéndole lo mejor de sí mismo. Esta generación de megacampeones asume semejante desafío hercúleo no con la vocación de permanecer en la cima, sino con la de construir nuevas cumbres más altas. Tampoco se adivinan incertidumbres en el vestuario madridista, administrado con mano de hierro y teatro del bueno, lanzado al galope tendido hacia sus años de gloria.
Ya se oye el ruido de la hierba creciendo, como le gusta decir a Juan Villoro, temerosa de los bisontes que se partirán el espinazo en este duelo inmortal. El choque resultará formidable, más allá que el partido pueda defraudar. Las grandes expectativas siempre son decepcionantes en el deporte y entra en lo posible que este acabe siendo solo un pobre partido entre dos equipos ricos. Pero sus consecuencias serán relevantes. Barça y Madrid se enfrentarán más veces esta temporada, en el Bernabéu, desde luego, y quizá en Copa y Champions, y también a distancia cada semana, mirándose por el rabillo del ojo, midiendo y replicando, y de semejante fragor surgirá una jerarquía, un liderazgo, un dominador. Coe u Ovett. Phelps o Thorpe. El mar o el rompeolas. El Sol o la Luna. Mozart o Beethoven. Roma o Cartago. Dos mundos persiguiendo la eternidad sobre un rectángulo verde.