Que Javier Mascherano se haya rebajado el sueldo comprometido con el Barça es un hecho sorprendente por lo inhabitual, pero por encima de cualquier otra consideración moral o emocional, lo que revela es una elevada inteligencia del jugador argentino. Ha recortado el salario que pactó (renunciando a un millón de euros por cada una de sus cuatro temporadas) porque ha decidido invertirlo en un activo más importante: el de su carrera profesional como futbolista. Con esos cuatro millones de euros, Mascherano ha "comprado acciones Barça". Reflejo de que tiene la cabeza bien amueblada o un buen asesor personal.
El hecho es inhabitual por dos razones fundamentales: la primera, y más importante, por el valor que le damos al dinero. Uno de los paradigmas sociales consiste en la acumulación inagotable de dinero. Y, así, idolatramos al rico, al que consideramos triunfador absoluto por más que abundan los síntomas de que esta consideración es falsa. En realidad, las mejores actuaciones humanas y algunas de sus mejores proezas no tienen al dinero por motivación, pero pretendemos mantenernos ciegos ante ello. La segunda razón es que la mayoría de futbolistas no poseen un plan de carrera, una hoja de ruta sobre su trayectoria profesional.
En su caso, Mascherano desmiente ambos factores. Demuestra que tiene trazado un rumbo concreto para conseguir la máxima excelencia como futbolista y está dispuesto a todo para cumplirlo, sea una actuación encomiable como la citada de recortarse el salario, sea una muy criticable como rebelarse frente a su anterior club. En ambos casos refleja que sabe adónde va y que en ese camino tiene claros sus hitos profesionales: Brasil, la Premier, el Barça y probablemente dos megacontratos para terminar su carrera (y entonces sí, rentabilizar la inversión actual).
Contrasta este ejemplo con el de tantos jugadores que orientan sus carreras cual veletas, sin importarles dónde recalan con tal que el cheque mensual sea jugoso. En la web ‘Spanish Leadership’, el auditor bilbaíno Jorge Zuazola conjuga a menudo una idea imprescindible: el futbolista necesita un mentor que dirija su carrera (no nos referimos al manager que negocia los contratos). Un tutor que diseñe sus ciclos vitales como jugador y le encamine en una progresión lógica. Al "comprar acciones Barça", Mascherano parece haber seguido el consejo de un mentor inteligente. También Raúl al irse al Schalke, por más que tantos parezcan no comprenderlo: Raúl vivirá una gran experiencia en la Liga más seria del mundo; sus hijos crecerán en una sociedad moderna, educada, rigurosa y trabajadora; y para cuando vuelva a Madrid, sin duda como mito, posiblemente Florentino Pérez apenas sea el recuerdo del tío Gilito. Si pensamos en algunos otros jugadores tendremos que cuestionarnos qué pintan en sus actuales clubs. Pienso en Torres, en Riera, en Güiza...