Han pasado más de 50 años de aquella serena noche de enero. El Teatro dell'Opera de Roma, restaurado para los Juegos Olímpicos de 1960, acoge una gala especial con presencia del presidente de la República, el democratacristiano Giovanni Gronchi. En la cumbre de su arte, María Callas regresa a la capital para interpretar la Norma de Bellini. Un recogimiento cuasi religioso recorre los palcos ante el retorno de la conquistadora de La Scala y el Metropolitan. Y la gran soprano ataca Casta Diva, su aria preferida, el hechizo mágico: «Casta Diva, che inargenti / queste sacre antiche piante...». La cima belcantista sobrevuela con embrujo angelical hasta que, de pronto, la Callas palidece, se agita el público, tiembla el teatro. La angustia ahoga a la prima donna que con apenas un hilillo de voz concluye el primer acto. Cae el telón, escándalo, griterío, bronca y, tras un gran fischiato, la Callas hace mutis por el foro, vencida por la presión de la gloria.
Medio siglo más tarde, el divo Cristiano Ronaldo se angustia no por un fischiato multitudinario, sino por cuatro silbidos del Bernabéu y ya hay quien teme que, emulando a la Callas, vaya a perder su mejor atributo: el gol. Incluso más: que no sea una simple afonía, sino el inicio del desmoronamiento del personaje. Francamente, creo que exageran cuantos prevén que Cristiano inicia una pendiente endemoniada hacia el abismo. ¿Egocéntrico? Vaya descubrimiento. Cristiano juega mirándose al espejo, pero nunca engañó: jamás destacó por asociarse.
Cristiano es hoy la Callas afónica de angustia. Un gigante que ha menguado en casi todas las citas importantes que disputó. Lo que le agarrota no es la imprecisión ante el gol, sino la torturante sensación de que el olimpo se aleja sin piedad de él. Cuatro miserables pitos han agrietado la unanimidad que le tenía el Bernabéu, que ya mira hacia Canales mientras ovaciona a Özil. Cristiano podría caer en la provocación que le tienden algunas tertulias madrileñas, deseosas de un estallido de alta rentabilidad mediática. Ahora sabremos si, además de abdominales y disparo, este hombre posee una inteligencia emocional a la altura de su regate.