Ahí donde pongo los ojos o los oídos se repite la expresión: “el mejor” o “mejor que” y, por descontado, “el mejor del mundo” o del país, la ciudad o el barrio. Da igual que hablemos de Nadal o la Roja, de Guardiola o Mourinho, de Messi o Cristiano Ronaldo. Ni siquiera hace falta apuntar tan alto: a cualquier otro nivel, parece que periodistas y tertulianos sólo tengamos ese concepto en el cerebro: fulano es mejor que mengano, repetimos como una letanía. Es un concepto que no me interesa. De hecho, lo aborrezco (aunque reconozco, yo pecador, que también a menudo caigo en el vicio).
Me interesa el cómo. En una sociedad cuyo paradigma es el qué me gusta valorar el cómo. La obsesión por el qué es legítima. No sólo la comprendo; la comparto. El qué significa ganar, tener éxito, triunfar, ganar dinero, conquistar metas. Me apunto al qué. Pero reivindico que existe algo más que el triunfo, el resultado, la victoria, el qué. El debate sobre resultado vs estética es maniqueísmo puro. Si reivindico que hay otra vertiente en la montaña del éxito no es a cambio de renegar del resultado, sino apoyándome precisamente en el resultado. Sin victorias no existe esa otra vertiente. Pero dentro de la victoria, ese otro camino puede existir (o no).
Yo creo en el cómo. Es decisivo el resultado, pero me parece esencial el camino hacia él. No el camino táctico, puntual e inmediato: es poco relevante si una victoria concreta llega en una jugada azarosa y afortunada. Cuando hablo del camino me refiero al camino estratégico que uno elige: a la idea y el concepto que uno abrazará caiga quien caiga; a los medios que empleará (¿serán todos legítimos?) para escalar sus montañas; al comportamiento que adoptará en los buenos y especialmente en los malos momentos; a la actitud frente a los rivales, los entornos mediáticos y los aficionados; a la importancia que le otorgaremos al trabajo, la humildad, el compromiso, el sacrifico y demás valores humanísticos clásicos del deporte.
Es hermoso, brillante y emotivo que la Roja o Nadal consigan triunfos exuberantes y apoteósicos. Pero, al menos en mi modesta opinión, lo que verdaderamente resulta meritorio es la reivindicación del cómo que enarbolan algunos de estos grandes deportistas o entrenadores. No es sólo el triunfo, el qué, sino especialmente el camino que transitan, el cómo, lo que les convierte en gigantes.
- Lectura muy recomendable: ¿Aprenderemos de Nadal?
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