Por la misma época que los revolucionarios franceses tomaron la Bastilla, el genial Wolfgang Amadeus Mozart componía
su Quinteto para Clarinete. Hay que recordar esta concatenación en el
día en que el Barça volvía a asaltar el Bernabéu con sus cinco hombres
del centro del campo: Busquets, Xavi Hernández, Cesc, Messi e Iniesta, el nuevo quinteto del clarinete. Porque cuando José Mourinho creía tener todas las respuestas, Pep Guardiola le cambió las preguntas.
Los entrenadores se explican desde sus contradicciones. Humillado por
el 5-0 de hace un año, cuando quiso jugarle valiente al Barça, Mourinho
afrontó las batallas de abril desde el repliegue y el enmurallamiento.
Pero los últimos meses de excelentes resultados crearon alas en el
entrenador portugués e hicieron pensar a la afición que era ahora o
nunca. Y aunque el cuerpo le pedía colocar su triángulo de presión alto,
el corazón y el ímpetu apostaron por Õzil, que fue tanto como
jugar de nuevo de frente y a pecho descubierto. A cambio, vació de
recursos su centro del campo, que es el equivalente al suicidio frente a
un rival del perfil del Barça.
Digo que había en el madridismo
la sensación de que era ahora o nunca. El pronóstico más popular estos
días hablaba de un 5-0 inapelable que cerraría todas las venganzas. Y,
en cambio, la sensación que flotaba en el barcelonismo era de que,
siendo importante el resultado, incluso lo era más la jerarquía. Se
podía perder todo, excepto la presencia formal de un modo de concebir el
fútbol que ha llevado a este equipo a instalarse en el Gotha del
fútbol.
La alineación de Özil suponía un punto de partida atrevido por parte de Mourinho, pues jugaba con el enganche que da tempo
y control al galope atacante. Pero la falta de intensidad del alemán
acabó por devenir en un agujero inmenso en el centro, donde los cinco del clarinete se recrearon en su superioridad numérica, técnica y, sobre todo, posicional.
Desde
el banquillo se apoyó con poderosos movimientos: a los 10 minutos,
Alexis abandonó el rol de delantero centro profundo para caer a la
derecha; a los 20, Guardiola ordenó una defensa de tres, subió a Alves al
extremo diestro y retornó al jugador chileno entre los centrales, a los que fijó en pocos metros cuadrados, facilitando la diagonal de Messi. Y a
los 37, el control del balón desembocó en el sometimiento del rival.
Descuartizado
por la incomprensión de las causas táctico-estratégicas de tantas
derrotas, el Real Madrid vivió de nuevo una pesadilla en la oficina. El
segundo tiempo fue una sinfonía de clarinete, ahogado el equipo local en
su incomprensión de los porqués, quebrado por la interpretación de los solistas bajitos, protegidos por un Busquets fuera de serie. Iniesta retornó al centro, abandonando el extremo izquierda, y por ahí llegó la asociación, la ruptura y el sometimiento total.