El deporte es competir.
Escalar un peldaño y, tras conquistarlo, emprender la escalada del siguiente. No
hay una cumbre final, pues siempre existe otra más alta que afrontar. Cuando
superas un listón, a continuación vuelve a elevarse, quizás sólo dos
centímetros más, pero ya supone un nuevo reto. La montaña del deporte es una
escalera infinita de peldaños que nunca se agotan. Por esta razón, el elogio
debilita. Porque instala al campeón en una zona de confort donde se siente
seguro y se cree invulnerable; una zona de la que no quiere salir porque salir
es enfrentar de nuevo el dolor.
El dolor (el dolor
emocional) ejerce de dormidera del campeón. Abandonar su zona de confort,
batirse a pecho descubierto, poner en juego prestigio y jerarquía, arriesgarse
a ser batido y caer del pedestal. Todo eso equivale a dolor y es lo que ha
provocado el final de tantos campeones. Son legión los poseedores de un título
que no aceptaron el reto del aspirante para arrebatarle el cetro, precisamente
para ahorrarse el dolor que esto conlleva.
El Barça se enfrenta hoy
al dolor máximo. Desde luego, los puntos en juego son importantes, pero la
jerarquía lo es incluso más. Cuando salta al Camp Nou, el Pep Team transita por
su zona de confort: está en casa, habla su idioma, se siente imbatible. Arrasa,
golea. Fuera de ese jardín hace frío, mucho frío, y amenaza el dolor. Los
rivales muerden los tobillos, aprietan arriba, se enardecen ante la perspectiva
de arañar al campeón y conseguir que trastabille. Cada arañazo al campeón es
una medalla de honor en el historial de quien consigue dicha muesca.
El Real Madrid quiere más
que un arañazo: busca detener la trabajosa ascensión del Barça, labrada escalón a escalón.
Guardiola y su gente han coronado doce de quince peldaños en los últimos 40
meses, un palmarés histórico que pretende seguir ampliando. Pero para lograrlo
deben afrontar el dolor supremo que significa escalar como si fuese el primer
día, como si no hubiesen logrado nada hasta hoy, como si se tratara del último
partido de sus vidas, del último minuto de sus pases al hueco, del último
segundo de posesión eficaz. Descargar la mochila de los brillantes recuerdos.
Olvidar quienes fueron para sublimarse en quienes serán. Abandonar el confort
del campeón amado y abrazar el dolor del aspirante hambriento. Lanzarse al
frío, al vacío, al reto nuevo del próximo peldaño.
Tras una bendita semana
muy futbolera, en la que los debates han circulado sobre sistemas y
alineaciones, la única certeza se deposita ahora en los futbolistas. Ellos son
el fútbol y quienes cosifican las ideas y los sistemas. A ellos les corresponde
abandonar cualquier recuerdo confortable y adentrarse por los nuevos caminos
del dolor. Donde habita la leyenda.