El ruido descomunal que se organiza cada vez que aparece José
Mourinho oscurece la auténtica realidad futbolística del Real Madrid, a
saber, que es un equipo preparado para jugar al galope, en espacios
abiertos y de modo vertiginoso. Sin duda, el número uno en el mundo en
el fútbol disperso, al igual que el Barça lo es en fútbol agregado. Dos
modos distintos de entender el juego. El Madrid es un equipo sin pausa,
donde su centro del campo es puramente circunstancial: un trámite entre
las dos áreas. El ruido alrededor del personaje Mourinho ensombrece
dicha realidad que, además, no tiene al propio Mourinho por origen. El
Madrid ya jugaba de este modo mucho antes de que el técnico portugués
aterrizara en su banquillo. Mil veces hemos hablado de un equipo con
principio en Casillas y final en Ronaldo (o Van Nistelrooy o Cristiano) y
sin territorio intermedio. En esos tiempos pasados, Mourinho no estaba
en el club aunque es cierto que su propuesta futbolística y la
confección a medida de la plantilla actual han profundizado en dicho
concepto, que ahora genera runrún en la capital por dos malos
resultados. Cuando estos vuelvan pronto a ser positivos, ¿seguirá el
runrún por el estilo o se olvidará todo?
Con un maniqueísmo muy
propio de la falta de reflexión, en ocasiones se contrapone ese juego
vertiginoso y sin pausa al del Barça, que construye su excelencia a
partir de un centro del campo de orfebrería, como si existiese una
superioridad moral entre un estilo y otro. Pienso que es una pretensión
errónea. El juego de posición que interpreta el Barça puede ser
calificado de exquisito, estético, hermoso, sinfónico, magistral,
detallista o espectacular, pero no es moralmente superior a ningún otro
estilo de juego porque todos son igualmente legítimos. Como certeramente
ha dicho Raúl Caneda, el Barça enfoca el balón como una posibilidad y
el Madrid, como una molestia. Eso ni es bueno ni malo per se; es una
elección. Todo sistema de juego es legítimo y ninguno puede atribuirse
preeminencia moral sobre otro.
Lo que sí puede ser un sistema de
juego es incoherente con el tamaño de un club, contradictorio con sus
expectativas y estéril para enraizar. En medio de tanto ruido en torno a
Mourinho, yo destacaría su enfoque unidireccional del juego. Aunque en
ocasiones se ha loado que atesore gran riqueza en módulos tácticos, la
realidad es tozuda aunque cambie de país y nos habla de un único
concepto que elude la elaboración en el centro del campo, huye de la
pausa, flirtea con el vértigo y pretende derribar al contrincante a base
de embestidas individuales. Mourinho estimula y promociona dicho estilo
y de él se pueden esperar resultados, pero es más dudoso que deje un
legado futbolístico.