Andaba todo revuelto y sin sentido alguno. Chile era el caos. Ninguna pieza parecía encajar sobre el césped de Santa Fé. Vidal no iba, Isla estaba como ausente, Alexis petardeaba. Y marcó Uruguay. Borghi ya no pudo esconder el fútbol por más tiempo. Sin Mati Fernández había decidido reformatear su equipo y blindarlo contra los peligros de Suárez y Forlán. Pero de tanto blindarlo consiguió anestesiarlo. Chile era un sucedáneo de sí mismo y lo fue hasta que sonó el despertador del gol en contra y hubo que llamar al fútbol.
Al futbolista. El fútbol es de los futbolistas y no de los corsés. La táctica ha de ser un instrumento y no un fin. Un instrumento al servicio de los que saben crear, sea cual sea el estilo elegido. Así que Borghi miró al banquillo y vio a un futbolista: un tal Jorge Valdivia. El “mago” Valdivia.
Salió, agarró el balón y dio sentido al caos. Quienes hayan leído “Senda de Campeones” saben de qué hablo: la Paradoja de las Judías Secas (judías secas, alubias, fríjoles, tanto da). Todo está desordenado, pero alguien mueve suavemente el plato y las judías se ordenan a la perfección. Eso hizo Valdivia. Agitó el plato y ordenó el caos. Reapareció Isla, resurgió el mejor Alexis, Chile encontró el sentido del juego y de las cosas. Un simple futbolista. Un bicho raro. Valdivia.