El crecimiento de los futbolistas es un proceso artesanal. Un proceso delicado, preciso y meticuloso, donde cada etapa ha de llegar a su debido tiempo, ni antes ni después, y cada gota de placer, sorberse en su justa medida. Sabemos de mil jugadores que apuntaban a las estrellas y se quedaron en el entresuelo porque sus procesos no fueron los adecuados. La precocidad es una virtud que, mal administrada, se transforma en grave defecto, en ocasiones irresoluble, casi como esas bolas de hierro que arrastran los presidiarios de dibujos animados.
La progresión de un futbolista debe regirse por métodos artesanales. Digamos, antes de proseguir, que no debemos confundir el término 'artesanía' con las habilidades manuales (carpintería, etc). Si lo hacemos, nada de lo que pretendo decir tendría sentido. Definamos que la artesanía es la habilidad de hacer las cosas bien. Realizar bien una tarea, sin más, por el placer de hacerla bien. Asunto complicado, pues el deseo de hacer bien una cosa acostumbra a ser obstaculizado por la presión de la competencia, la frustración o la obsesión, como explica Richard Sennett en su obra “El artesano”. Hay un serio riesgo para el artesano: la obsesión por conseguir cosas perfectas puede estropear el propio trabajo. Pero, en general, un proceso artesanal es aquel que pretende alcanzar la excelencia en los plazos adecuados.
Así ocurre en el fútbol. De vez en cuando surge un Messi que rompe plazos y procesos, pero el resto se cuece a fuego lento, cubriendo etapas, pasando el meritoriaje correspondiente, equivocándose por novatos o por soñar en demasía. Esto no es un invento del fútbol. En tiempos medievales, los gremios establecían claramente su jerarquía: maestro, oficiales y aprendices. La duración de un aprendizaje se cifraba en 7 años, tras los cuales el aprendiz debía presentar una obra maestra ('chef d'oeuvre'). Si aprobaba esa prueba, el aprendiz se convertía en oficial y trabajaba entre 5 y 10 años más para perfeccionar sus virtudes. Tras ese período debía presentar lo que se denominaba obra maestra superior ('chef d'oeuvre élevé'), que era lo que le otorgaba, o no, la categoría definitiva de maestro. Es decir, 7 años como aprendiz y un período similar como oficial. Catorce años para convertirse en maestro. ¿No les parece muy similar a lo que ocurre con los futbolistas?
Hoy en día, la mayor parte de los canteranos del Barça cubren un promedio de siete años bajo la tutela de La Masia. Y desde que aterrizan en el Barça B cubren otra etapa de entre cinco y diez años antes de consagrarse. Xavi, Puyol, Valdés e Iniesta, los cuatro capitanes, poseen ese perfil. Este proceso es el idóneo para formar auténticos maestros. No queramos correr más que el tiempo.