La estética es uno de los grandes paradigmas de los catalanes, lo que nos genera grandes satisfacciones, pero también inmensas decepciones. Trasladado al fútbol, ese rasgo se virtualiza en el Barça con inusitada profundidad. El aficionado culé, incluso el no catalán, se entusiasma en estos tiempos con la plasticidad de los movimientos de su equipo. En realidad, estos gustos vienen de lejos, pues se remontan más allá de las tres décadas, aunque no siempre conectaron la estética y los resultados. Ahora, sí. En esta época reciente, la comunión entre idea de juego, estilo, plasticidad y triunfos ha sido excepcional, lo que ha provocado un inusitado fervor culé: el equipo vence de forma exhaustiva y lo hace con las premisas y los gustos que apasionan a la grada. Se hace difícil encontrar una mayor confluencia de deseos, ambiciones, pasión y éxitos.
Pero este amor por la estética acarrea dos efectos negativos: el primero es la tentación de analizar al resto del mundo con el mismo rasero. Y ahí, pienso que se entra en un terreno poco razonable: no hay un único estilo de juego, ni siquiera un único estilo hermoso y plástico. La belleza y la estética futbolística no son exclusivos de un club y cada cual tiene derecho a disfrutar con su modelo, su sistema y su táctica. Nadie posee el paradigma de la perfección y la belleza única. El barcelonismo está hoy de enhorabuena por esa excelencia obtenida y por la deliciosa conexión alcanzada entre cuerpo y alma, resultados y estilo. Pero el resto del mundo está en su derecho a jugar como quiera, incluso con armas de estética dudosa. Allá cada cual con sus gustos.
La segunda consecuencia negativa consiste en recrearse en la estética y olvidarse de la efectividad. El Barça cae a menudo en ese error. Ejecuta con precisión las dos primeras fases del juego (la salida de balón y el juego a lo ancho), pero se enreda en la tercera fase, la de resolución, por un exceso de toques y combinación, ausencia de remates directos y cierta falta de movilidad en algún atacante, por ejemplo Pedro, alejado de su explosivo estado de estado de forma a causa de las molestias en el pubis.
El éxito técnico-táctico del Barça consiste en la sincronización milimétrica de sus mejores virtudes: una salida de balón limpia y precisa; un juego asociativo lleno de paciencia y suavidad a fin de desordenar la estructura defensiva del rival; un sentido del juego horizontal para terminar percutiendo en vertical; y, aunque solo en ocasiones, cierta efectividad en el remate. En este último aspecto, puede mejorar mucho si Pedro incrementa su movilidad, Villa la ejecución puntual de las acciones y Messi la aparición inesperada, armas que el Madrid sí posee y domina a la perfección.