Han jugado tantos partidos hermosos que su faceta de «poetas con botas» es universalmente conocida. En cambio, la versión «ladrones del cuero» es mucho menos habitual. La vimos el sábado, cuando la ausencia de cinco jugadores esenciales (Messi, Xavi, Puyol, Abidal y Pedro) provocó una decisión inédita en Guardiola: en lugar de mover las mínimas piezas posibles, como acostumbra, optó por alterar todas las líneas e incluso, dentro de ellas, modificó la ubicación de titulares indiscutibles, como Iniesta o Villa, que abandonaron sus posiciones habituales. Y, entre suplentes y desubicados, el Barça hubiera tenido más aspecto de sucedáneo que de original si no llega a ser por ese factor tantas veces menospreciado: el estilo de juego. Cambiaron los intérpretes, pero se mantuvo la partitura.
Y la partitura se impuso por encima de los intérpretes. El estilo venció a los nombres. La idea de juego que corre por las venas blaugrana desde hace décadas, con mayor o menor intensidad según sea el entrenador, es el salvavidas al que se agarra el equipo cuando hay oleaje. En las noches plácidas y suaves, a Xavi le sobra con sujetar el timón con un dedo para mover la nave con dulzura; Iniesta compone versos amables, que recita a su bebé recién nacido, mientras toca la lira sobre la pradera verde; y Messi serpentea con el Stradivarius, interpretando las sinfonías de su viejo antepasado, el gran Wolfgang Amadeus. Todo eso ocurre en las noches plácidas. Pero en las jornadas de cuchillos largos, aquellas donde la poesía no se escucha por culpa del rugido de las olas y no es buen momento para la lírica, entonces surgen los «ladrones del cuero». Chicos que aprendieron en La Masia el viejo aforismo de Cruyff: si tú tienes el balón, el contrario no lo tiene. Tan simple como acostumbra a ser el verbo del gurú holandés. Principio básico y fundamental del juego barcelonista: conquistar el balón, quedárselo en propiedad, recuperarlo de inmediato en cuanto se pierde, emplearlo para marear al rival, para acunarlo y adormecerlo con esos toques infinitos y aquellos rondos eternos.
Cuando el viento sopla en contra por alguna razón, como el sábado por las numerosas bajas, el equipo sabe dónde debe sujetarse: en el estilo. En la conquista del balón. Y eso hizo en Vila-real. Me quedo el balón, les dijo a los del submarino amarillo. Se lo quedó, por supuesto, y ni siquiera la falta de ritmo de algunos suplentes, los cambios de posición o la ausencia de varios magos, hicieron dudar de la idea y el concepto. Aunque Thiago estuviera demasiado atrás para lo que prefiere; aunque Iniesta jugara demasiado adelante para lo que aporta; aunque Busquets se ubicara donde no suele; aunque Afellay no tuviera metros de espacio para exhibir su zancada; aunque Keita carezca de ritmo de competición. Sí. Pero la misma idea: nos quedamos el balón y adiós. Cuando hayan pasado los años, y Pep y Xavi terminen sus ciclos, ahí seguirán los clones de los magos, aferrados a la misma idea iniciática, unas veces vestidos de «poetas con botas» y otras, de «ladrones del cuero». Siempre, dueños del balón.