Sólo se progresa desde la exigencia. Sólo se conquista el triunfo desde el respeto profundo al rival. El deportista no acostumbra a construir sus éxitos con la boca, sino con el silencio del trabajo oscuro. La autosatisfacción o la falsa confianza en uno mismo socava la fuerza. La predecibilidad significa vulnerabilidad. Sólo se vence a partir del miedo a perder. Pep Guardiola, que ha sido un excelente futbolista y es un magnífico entrenador, sabe bien que las frases anteriores no son palabras vacías. Él las ha sufrido, masticado, labrado y madurado como deportista y como técnico. En algún momento de su trayectoria, las ha pronunciado. Y ahora mismo, cerca de iniciar uno de los retos más importantes de su carrera, las rememora.
Guardiola tiene al equipo donde quería. Y al entorno, también. Le ha costado conseguirlo porque hay tanto ruido alrededor que cada día es más difícil trabajar en silencio. Pero ya está. Ya tiene lo que más necesitaba para evitar fugas, desatenciones o engreimientos: la máxima atención del vestuario. Conscientemente o no, el vestuario corría el riesgo de despistarse porque han ocurrido demasiadas cosas: buenas, malas y regulares; poderosas, excitantes o emotivas. El vestuario del Barça (y el entorno) necesitaba un puñetazo encima de la mesa, un golpe seco y duro que colocase a todo el mundo en fila india y con los oídos bien abiertos para escuchar el mensaje: esto no va a ser ninguna broma, ni enfrente habrá un equipo de tres al cuarto, ni la exigencia será menor, ni los títulos están ganados de antemano, ni tampoco garantizados. No habrá un minuto de reposo en las próximas semanas. Ni se pueden cometer tantos errores en el juego como los ocurridos en partidos recientes. Y se necesita la máxima atención, una concentración suprema, para competir sin grietas tácticas ni fracturas emocionales.
El reto no es ganarlo todo, sino competir exhaustivamente por todo. Lo que queda de temporada es excepcional por esa tremenda exigencia y porque ya todo el mundo ha asumido que el ciclo de Pep no será eterno. El libro de estrategia de Sun Bin (no confundir con 'El arte de la guerra' de Sun Tzu) nos dice que hay una clave en el arte del liderazgo: para que la gente siga órdenes de una forma habitual, hay que ser digno de confianza de una forma habitual. Guardiola se asemeja a ese líder cuya actitud es digna de confianza. Y el entrenador quiere que su gente tenga miedo a perder. Porque esta es la gasolina que mueve montañas. Miedo a perder, no sólo el día del partido, sino desde hoy mismo y hasta el final del sprint. Porque será a partir de ese miedo cuando tendrán opciones reales de ganar. En eso han trabajado todo el curso: no para ser más, sino para querer más.