Mientras los aficionados madridistas se frotan las manos tras el ilusionante triunfo en la Copa, con la sensación de haber dado la vuelta a la tortilla, los barcelonistas se interrogan sobre el físico de su equipo y cien cuestiones más, en busca de una respuesta que les ponga a salvo de la incertidumbre que les agobia. En mi opinión, lo ocurrido en estos últimos diez días es relativamente sencillo de explicar. En el punto de partida había dos equipos con estados mentales opuestos. El Barça se sentía jaleado por un entorno eufórico que no cesaba de recordar el brillante 5-0 de noviembre y había colocado el listón muy arriba: no se trataba de vencer al eterno rival, sino de aplastarle en los cuatro encuentros. Por más agua que le echara el entrenador a ese fuego, las brasas no se apagaron. Del otro lado, el madridismo rumiaba su venganza tras años de oscuridad y humillación estética, apostando por no salir malherido de la cuádruple contienda.
El combate del Bernabéu supuso un falso equilibrio. Existió en el marcador, pero generó dos consecuencias: el Barça se enamoró algo más de sí mismo, convencido de la grandeza de su estilo, capaz de empatar sin dificultades en un estadio históricamente feroz; y el Madrid entendió que había encontrado el antídoto universal contra su competidor. El antídoto eran Pepe y toda la agresividad subyacente. Así que el siguiente asalto reprodujo las posiciones, pero reforzadas. El Barça salió aún más blando y el Madrid, aún más agresivo (si cabe). El resultado es conocido: un primer tiempo excelente para Mourinho, que reforzó la creencia de que el antídoto merengue era infalible. Aunque el segundo tiempo resultó ser una obra de arte del juego barcelonista, no culminada en gol, la victoria final en el alambre ha dado alas al madridismo.
Los estados de ánimo se han permutado. El Barça ha tomado conciencia de la fortaleza merengue y rebajado el listón a la medida de lo razonable: ya nadie habla de aplastar ni muestra manitas, ni piensa en ellas, sino que el objetivo se ha transformado, simplemente, en volver a ser uno mismo. Desde las dificultades que provoca una enfermería a rebosar, el Barça vuelve a sentirse humano. Por el contrario, basta pasear por la capital* para percibir que se ha disparado la autoestima del madridismo, que se siente invencible gracias al antídoto mágico. Ya sueña con Wembley y la Décima, con honores y fanfarrias, e incluso con una improbable remontada en la Liga. En apenas diez días, los estados de ánimo se han invertido y parece que la historia ya esté escrita. Para el Barça fue muy erróneo su posicionamiento relajado y dulzón. El Real Madrid le ha imitado ahora en el autoenamoramiento, convencido de su rol de favorito. Veremos.
* A quienes me han preguntado por la zona de paseo en la capital, les informo: Concha Espina, Arturo Soria y Valdebebas.