Como si fuese la bombona de oxígeno del buceador, se echa en falta a
Pedro Rodríguez. Quizás quienes más le echan en falta sean Messi y Alves,
sus compadres de la zona derecha del campo. A Pedro le consagraron sus
tantos, aquella prodigiosa exhibición que le permitió conseguir goles en
todas las competiciones que disputaba (salvo en el Mundial, donde lo
tuvo y se enredó). Pero su influencia fue muy superior a su capacidad
goleadora. Marcó y decidió en momentos cruciales y en partidos básicos.
Apareció en los instantes de la verdad para sellar los partidos. Hizo
más: volvió loco a varios equipos, en algunos casos estirando la lona
como en la final de Wembley, en otros filtrándose entre líneas para
desvarío del contrario, como en la semifinal mundialista ante Alemania.
No terminó aquí su fortaleza: desde la sonrisa iluminó la oscuridad y fue siempre el símbolo de que levitar no era positivo. Recordaba ser hijo de gasolinero, algo parecido a decir que los pies han de estar siempre en el suelo. Y corría. Corría como un galgo, inagotable, en el entrenamiento, en el partido o en el tren que llevaba de urgencias a Pamplona. Pedro era el corredor perpetuo, lo que llevó a Guardiola a decir aquello de “Todos somos Pedro”, paradigma definitivo.
Y ahora, Pedro no está. Mejor dicho: no ha estado. Pedro es el mismo, con idéntica inteligencia táctica, movilidad, energía y compromiso. Pero por unas razones u otras, su presencia aún no ha sido relevante en el curso presente, como si estuviese actuando con sordina. Aquella lesión en el tobillo sufrida en Granada fue un puñetazo en la nariz del corredor, como si Pedro hubiese chocado contra una pared. Su ausencia, sus ausencias, han significado bastante más que la ausencia sus goles, los sprints y su presión. Ha dejado huérfano a Messi y a Dani Alves. Pedro estabiliza la banda derecha con su largo recorrido y una fuerza de gigante, lo que reduce los espacios para la llegada de Alves y atrae rivales. En lo primero, la inteligencia táctica del canario compensa la hiperexcitación emocional del brasileño, un torbellino físico de escaso autocontrol táctico. En lo segundo, libera a Messi de algunas marcas y eso posee un valor infinito.
Pedro pasa desapercibido y aún más los efectos que genera a su alrededor. Es el jugador discreto, casi anónimo, que sólo de vez en cuando aparece ante los focos para festejar un gol, aunque rápidamente corre a esconderse entre la maraña de compañeros, como evitando ser protagonista. Desde ese anonimato voluntario, su influencia es mayúscula porque hace mejores a Messi y Alves sin aparentarlo. Su retorno auténtico al césped, cuando se produzca, será una noticia inmejorable para el Barça porque significará que todas las piezas estarán de nuevo en su sitio.
No terminó aquí su fortaleza: desde la sonrisa iluminó la oscuridad y fue siempre el símbolo de que levitar no era positivo. Recordaba ser hijo de gasolinero, algo parecido a decir que los pies han de estar siempre en el suelo. Y corría. Corría como un galgo, inagotable, en el entrenamiento, en el partido o en el tren que llevaba de urgencias a Pamplona. Pedro era el corredor perpetuo, lo que llevó a Guardiola a decir aquello de “Todos somos Pedro”, paradigma definitivo.
Y ahora, Pedro no está. Mejor dicho: no ha estado. Pedro es el mismo, con idéntica inteligencia táctica, movilidad, energía y compromiso. Pero por unas razones u otras, su presencia aún no ha sido relevante en el curso presente, como si estuviese actuando con sordina. Aquella lesión en el tobillo sufrida en Granada fue un puñetazo en la nariz del corredor, como si Pedro hubiese chocado contra una pared. Su ausencia, sus ausencias, han significado bastante más que la ausencia sus goles, los sprints y su presión. Ha dejado huérfano a Messi y a Dani Alves. Pedro estabiliza la banda derecha con su largo recorrido y una fuerza de gigante, lo que reduce los espacios para la llegada de Alves y atrae rivales. En lo primero, la inteligencia táctica del canario compensa la hiperexcitación emocional del brasileño, un torbellino físico de escaso autocontrol táctico. En lo segundo, libera a Messi de algunas marcas y eso posee un valor infinito.
Pedro pasa desapercibido y aún más los efectos que genera a su alrededor. Es el jugador discreto, casi anónimo, que sólo de vez en cuando aparece ante los focos para festejar un gol, aunque rápidamente corre a esconderse entre la maraña de compañeros, como evitando ser protagonista. Desde ese anonimato voluntario, su influencia es mayúscula porque hace mejores a Messi y Alves sin aparentarlo. Su retorno auténtico al césped, cuando se produzca, será una noticia inmejorable para el Barça porque significará que todas las piezas estarán de nuevo en su sitio.