domingo, diciembre 04, 2011

El fútbol presocrático

Antes de Sócrates había magos (Di Stéfano, Pelé, Cruyff), pistoleros (Puskas, Uwe Seeler, Müller) y defensas con smoking (Beckenbauer, Krol). Luego llegó Sócrates y se hizo la paz. Sócrates era un futbolista que jugaba con la serenidad del reloj de arena. Ni demasiado rápido, ni a borbotones.

Le vi en compañía de mi maestro: Alfonso Soteras, quizás el periodista que más supo de fútbol (había sido buen futbolista). Fue en Sarrià’82, en aquel Mundial que organizamos nosotros y perdieron los brasileños. Lo organizamos mal y ellos jugaron bien. Tan bien jugaron que perduran en el recuerdo de los equipos legendarios pese a la derrota.

Por lo general, Soteras era como Sócrates: pausado y continuo. Pero aquél día embraveció. Señalaba jugadores sin parar: fíjate en Zico, en cómo conduce el balón; fíjate en Falcao, qué visión panorámica tiene; fíjate en Toninho Cerezo, como está siempre en el sitio adecuado; fíjate en Junior, qué portento arriba y abajo. Pero cuando Sócrates se acercaba al balón, Soteras callaba. El estadio rugía y el maestro callaba. Se hacía el silencio a su alrededor porque no había palabras para definir la jerarquía física, táctica, e incluso moral, que ejercía Sócrates sobre el césped. Era un caudillo pacífico, sin pinturas de guerra ni alaridos. Su rostro agrietado y la melena de evangelista le otorgaban un aura misteriosa. No estaba: aparecía y, entonces, se hacía la luz.

Sócrates fue un milagro para el fútbol. Ahora se le recuerda por los penalties que lanzaba de tacón, por el tanto de pícaro ante Italia, por sus quiebros dulces, por los goles insólitos. Yo le recuerdo por Soteras y porque el fútbol nunca más fue lo mismo después de aquel día en Sarriá. Vi a Sócrates; vi la paz con balón.



Foto: Aquella tarde de 1982, en Sarrià, cuando una gran Italia acabó con el maravilloso Brasil de Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira.
Ilustración: De @Somemarcus para masliga.com