sábado, diciembre 10, 2011

Enfrentar el dolor, mirarle a los ojos

El deporte es competir. Escalar un peldaño y, tras conquistarlo, emprender la escalada del siguiente. No hay una cumbre final, pues siempre existe otra más alta que afrontar. Cuando superas un listón, a continuación vuelve a elevarse, quizás sólo dos centímetros más, pero ya supone un nuevo reto. La montaña del deporte es una escalera infinita de peldaños que nunca se agotan. Por esta razón, el elogio debilita. Porque instala al campeón en una zona de confort donde se siente seguro y se cree invulnerable; una zona de la que no quiere salir porque salir es enfrentar de nuevo el dolor.

El dolor (el dolor emocional) ejerce de dormidera del campeón. Abandonar su zona de confort, batirse a pecho descubierto, poner en juego prestigio y jerarquía, arriesgarse a ser batido y caer del pedestal. Todo eso equivale a dolor y es lo que ha provocado el final de tantos campeones. Son legión los poseedores de un título que no aceptaron el reto del aspirante para arrebatarle el cetro, precisamente para ahorrarse el dolor que esto conlleva.

El Barça se enfrenta hoy al dolor máximo. Desde luego, los puntos en juego son importantes, pero la jerarquía lo es incluso más. Cuando salta al Camp Nou, el Pep Team transita por su zona de confort: está en casa, habla su idioma, se siente imbatible. Arrasa, golea. Fuera de ese jardín hace frío, mucho frío, y amenaza el dolor. Los rivales muerden los tobillos, aprietan arriba, se enardecen ante la perspectiva de arañar al campeón y conseguir que trastabille. Cada arañazo al campeón es una medalla de honor en el historial de quien consigue dicha muesca.

El Real Madrid quiere más que un arañazo: busca detener la trabajosa ascensión del Barça, labrada escalón a escalón. Guardiola y su gente han coronado doce de quince peldaños en los últimos 40 meses, un palmarés histórico que pretende seguir ampliando. Pero para lograrlo deben afrontar el dolor supremo que significa escalar como si fuese el primer día, como si no hubiesen logrado nada hasta hoy, como si se tratara del último partido de sus vidas, del último minuto de sus pases al hueco, del último segundo de posesión eficaz. Descargar la mochila de los brillantes recuerdos. Olvidar quienes fueron para sublimarse en quienes serán. Abandonar el confort del campeón amado y abrazar el dolor del aspirante hambriento. Lanzarse al frío, al vacío, al reto nuevo del próximo peldaño.

Tras una bendita semana muy futbolera, en la que los debates han circulado sobre sistemas y alineaciones, la única certeza se deposita ahora en los futbolistas. Ellos son el fútbol y quienes cosifican las ideas y los sistemas. A ellos les corresponde abandonar cualquier recuerdo confortable y adentrarse por los nuevos caminos del dolor. Donde habita la leyenda.