Mientras el primer equipo empezaba el 'Plan Wembley', Pep Guardiola convocó al desplegable. Es decir, a medio filial, con lo que el filial se llenó de juveniles y los juveniles, que por la mañana empezaron su pelea por la Copa del Rey, tuvieron que llamar a los cadetes. Golearon los juveniles apoyados por cadetes, perdieron los del B rellenos de juveniles y empató un primer equipo que, aunque pueda parecer un trabalenguas, en realidad era un filial.
El 'Plan Wembley' exigía este gigantesco desplazamiento de piezas, un éxodo en cadena donde algo permaneció inmutable: el estilo de juego. Ofensivo, abierto, valiente, asociativo y al toque. Permutaron los dorsales, pero se mantuvo el juego de posición sin importar la edad de los protagonistas. Así recogió el Barça el trofeo de Liga, con dorsales a la espalda que superaban la treintena y rostros en el campo que no alcanzaban la veintena. Se hace difícil imaginar un final más dulce y simbólico de campeonato, para el aficionado culé, tras nueve meses tan estresantes y agotadores.
En septiembre, recién derrotado el Barça por aquel Hércules que prometía grandes tardes y acabó despeñado en la incompetencia, pocos de esos aficionados culés habrían soñado este final tan cómodo. La temporada se iniciaba bajo los peores augurios y el equipo parecía sometido a tantos factores externos de carácter negativo que sólo podía imaginarse un curso lleno de altibajos y derrotas. No ha sido así. El vestuario ha recibido todo tipo de ataques e improperios, ha cometido errores propios, ha pagado por algunos ajenos, vivido experiencias dramáticas o, simplemente, duras, pero de todo ello ha salido más fortalecido y respondón que nunca. En lugar de arrugarse frente al huracán que soplaba en contra, los de Pep decidieron poner buena cara al mal tiempo, encomendarse a su líder carismático y agarrarse al estilo de juego como brújula en las noches oscuras. Cuanto más redoblaron los tambores de guerra y más endemoniadas parecían las flechas ajenas, más sólido y cuajado se mostró este equipo, impertérrito ante la granizada o los aullidos. En los tres años de Guardiola, probablemente nunca jugó mejor el Barça que en el curso presente, donde ha encadenado maravillas con prodigios y sublimado sus esencias.
Después de tanto empacho de triunfos y celebraciones, y también de exhibición del catálogo de valores y del lote de "pebrots", Guardiola ha dado el pistoletazo de salida a lo que ya son palabras mayores: Wembley, el otro gran símbolo. Tras París y Roma, llega Londres y el entrenador ha decretado dos semanas de preparación fina y precisa. Se inició el sábado con un entrenamiento duro, prosiguió anoche con los titulares en la grada, continuará ahora con un par de días de descanso y olvido y se cerrará con cinco sesiones de carga fuerte para recuperar el tono perdido en este mes y medio de batallas terribles. Después, ya en la semana final hacia Londres, tocará afinar los violines. Volvemos a terreno conocido: el de los violines contra los tambores.