Más que una victoria, ha sido una lección magistral. Pedagogía sobre tener un estilo y mantenerse fiel al mismo bajo cualquier circunstancia. Lección sobre la fuerza del colectivo por encima del ego individual. Homenaje al valor de amar el balón, organizarse a su alrededor, quererlo, mimarlo y hablar un mismo idioma: el Idioma Barça.
Durante un par de horas, la lección se ejecutó en un crescendo majestuoso y sinfónico. Conocimos el dolor del gran capitán por su inevitable ausencia; su sustitución por el hombre discreto que jamás levantó la voz ni pidió la vez; la alineación milagrosa del lateral que 72 días antes estaba tendido en el quirófano; el asentamiento del equipo tras el previsible apretón inicial de un rival formidable, confirmando aquella vieja idea de Charly Rexach según la cual las judías secas acabarán asentándose suavemente sobre el plato. Descubrimos de nuevo cómo el equipo se organiza a partir del balón y exclusivamente a través de él; resurgió la triangulación, en todo instante y lugar; resucitaron los tres goleadores, como si se hubieran reservado para la gran noche; dominaron el sentido del juego, crearon superioridades en todas las zonas, batieron todas las líneas y recitaron los versos más hermosos del idioma blaugrana. Explicaron por qué es necesaria la posesión, en qué consiste y para qué sirve: para adormecer al contrario, extenuarlo y quebrarlo, hacerle bailar una nana interminable, ahogarle en su propia agonía concéntrica, despedazarlo a pequeños mordiscos aparentemente insignificantes. Finalmente, para apuntillarle sin remisión cuando ya le flaquean todas las extremidades, víctima de una Santísima Trinidad llamada Andrés Lionel Hernández, funambulistas del mediocampo, violinistas en el tejado de Wembley, poetas con botas.
Pedagogía sobre el césped que responde todas las preguntas y cierra interrogantes. El ciclo continúa y Wembley solo será otro punto y seguido, una etapa intermedia más en el inagotable viaje a la Ítaca blaugrana. El estilo conquista la gloria y este equipo compuesto de gente solidaria, en la que el gran capitán cede los honores de recoger el trofeo al enfermo renacido, alcanza el trono de la leyenda eterna.