miércoles, diciembre 13, 2006

Entrenadores valorados por sus ruedas de prensa


¿Valoramos a los entrenadores por lo que hacen o por lo que dicen que hacen? ¿Por su actuación en partidos y entrenamientos o por sus ruedas de prensa? Aunque vista la historia reciente, ¿puede sobrevivir un buen entrenador sin ‘camelarse’ a la prensa? Recordemos a Van Gaal y su “siempre nejatifo” ya mítico, o a Clemente, diana de la artillería del grupo Prisa. O al abuelo Robson, sentenciado antes de empezar por más títulos que obtuviese. O a Luxemburgo, al que no perdonamos ni su ininteligible castellano aportuguesado.

La cuestión es que, más que nunca, aunque siempre ha sido un poco así, los entrenadores deben tener capacidades extras más allá de sus conocimientos tácticos, la gestión de un colectivo numeroso, sus propuestas futbolísticas, el ‘toreo’ a presidentes y directivos o la lectura de los partidos y su reacción ante los acontecimientos. Esos técnicos viven uno de sus retos más relevantes cuando se enfrentan a la prensa, que será el filtro que hará llegar su imagen a los aficionados. Y esa imagen marcará el futuro del entrenador en un club. De ahí que cualquier técnico sensato acabe otorgando tanta trascendencia a sus ruedas de prensa y entrevistas como a cualquier partido oficial. De ahí también nazca, posiblemente, que todos los discursos sean correctos y similares, sin excesiva altura técnica ni deseos de profundizar en las cuestiones tácticas.

Capello está viviendo ahora un duro examen en sus comparecencias públicas. Algunos periodistas le arrojan las preguntas al rostro, como buscando herirle o quizás provocar una salida de tono que cambie el ritmo monocorde del veterano italiano. Se le buscan las cosquillas en cada ocasión y cuando la cosa no da para más se estiran sus frases hasta pergeñar un titular acomodaticio. Javier Aguirre, por el contrario, tiene a los periodistas en el bolsillo gracias a su verbo florido, rico en giros idiomáticos aderezados con gruesas palabrotas simpáticas. Desde la campechanía y la franqueza, y también desde la autocrítica, Aguirre gana en las ruedas de prensa lo que a veces no logra en el campo. Schuster es otro triunfador de esos momentos mágicos: le basta su estilo directo y seco, un par de tacos, dos verdades irrefutables y ‘a la buchaca’ (como dicen en Madrid).

A Lotina le perjudica el rictus amargo que luce incluso en los días felices. Es un técnico que lee magistralmente el fútbol, como demostró en público al transmitir por Tele 5 la última Supercopa española, pero en las ruedas de prensa se atranca por culpa de esa melancolía congénita. La prensa le quiere, pero como al gatito herido, más por lástima que por convencimiento, y todo ello transmite una imagen, inmerecida, de perdedor. Y así podríamos seguir con los diversos estilos que, a su vez, proyectan imágenes dispares (y distorsionadas) sobre los entrenadores. Los retos de Clemente, las oraciones de López Caro, los exabruptos de Luis Aragonés, el humor desconcertante de Irureta, el colmillo retorcido de Caparrós, el discurso engolado de Quique, la grisura de Juande Ramos, el poso intelectual de Valverde...

Detengámonos aquí un instante y reflexionemos: ¿verdaderamente les valoramos por sus acciones, por cómo leen y actúan en los partidos, por cómo trabajan la táctica en los entrenos o sólo tenemos en cuenta los resultados y sus ruedas de prensa? Yo creo que esas comparecencias públicas, o mejor dicho, la imagen que la prensa transmite de esas comparecencias resulta determinante para el juicio a un entrenador, siempre que los resultados no sean extremos (en el caso de Van Gaal, incluso con resultados extremadamente positivos).

Otros entrenadores han conseguido ir más allá del simple juicio periodístico y han introducido la rueda de prensa como un elemento fundamental de los partidos. Mourinho y Rijkaard, por ejemplo. Escuchemos a Mourinho: “Cuando voy a la conferencia de prensa previa al partido, en mi cabeza el partido ya ha empezado. (...) Y cuando voy a la rueda de prensa posterior, el partido aún no ha terminado”. Más claro, imposible. Lo que se dice antes forma parte esencial de la estrategia de un encuentro. Lo que se dice después resulta crucial para la imagen pública que se dará del partido. Todo el mundo habrá visto el partido, pero Mourinho será quien dé la interpretación definitiva.

Rijkaard es el antónimo de Mourinho. Emplea las ruedas de prensa con la misma precisión que el técnico portugués, pero en este caso no busca provocar una reacción en el rival, sino evitarla. Rebajar la presión, enfriar la euforia, reposar los ánimos. Son dos métodos opuestos de obtener lo mismo. Quizás ellos dos sean de los pocos entrenadores que han logrado dar la vuelta a la tortilla y utilizar a los medios en vez de ser utilizados por ellos.

Fotos: AP - Reuters - Getty - Marca.