En una época sombría y dramática como la actual, donde personas y haciendas están en riesgo por el cataclismo económico que nos sacude, y en la que no se perciben signos de recuperación ni sectores que podrían guiar el cambio de rumbo, uno de los productos que con mayor éxito exporta España es su fútbol. Masculino, femenino, juvenil, de competición, amistoso, sobre el césped o desde el banquillo, no hay parangón posible con el producto futbolístico, salvo si miramos hacia la gastronomía de alto nivel. El Spanish Soccer Export es una máquina incesante de generar buenas vibraciones (y éxitos).
Son los éxitos de la selección en cualquier versión (absoluta, Sub 21, la femenina Sub 17, todas ellas campeonas, y quizás la Sub 20 también); la agónica victoria anoche de la Sub 19 en la Eurocopa; son los éxitos del Barça en las temporadas recientes; el potencial gigantesco del Real Madrid y la competitividad entre ambos; y el clamor que les acompaña en sus giras, allí donde van; son los jugadores que surgen de todas las canteras como si se tratase de una plaga; o esos entrenadores que empiezan a poblar banquillos de medio mundo, incluso dirigiendo canteras foráneas.
Frente a esta vocación exportadora magnífica conviven otras costumbres que lastran el apogeo. Desorganización en ámbitos importantes, mediocridad en la gestión, atavismos y resistencias a cualquier cambio... Basta ver la desastrosa picaresca de los concursos de acreedores para percibir esa cara negra del fútbol español. Me pregunto hasta dónde llegarían los alemanes, con su excelencia organizativa, logística y estructural si contasen con el potencial creativo de nuestro fútbol. O los ingleses, con su capacidad de construir marcas y generar ingresos del márketing.
Éxitos aparte, esta exportación global del producto posee otra característica decisiva: se está realizando a partir de un estilo de juego fuertemente reconocible, lo que le aporta una identidad muy relevante. Del mismo modo que el fútbol italiano se construyó una imagen de marca a partir del estilo poderosamente defensivo; el inglés, de juego directo; el brasileño, de fantasía; o el alemán, de tozudez infinita, ahora el fútbol español ha construido una identidad muy reconocible, basada en el toque.
Quizás no sea la mejor vía para el triunfo sostenible, pero no se trata de comparar qué metodología o qué estilo es mejor para ello, sino de constatar que esta exportación masiva de jugadores, de entrenadores y de victorias y triunfos va acompañada de un estilo concreto y definible que no sólo genera pasión en el extranjero, sino también fuerte identidad. Estos atributos valen su peso en oro. Habría que aprovecharlo de manera estratégica e inteligente. ¿Es pedir demasiado?