En la gestión del fútbol apenas existe el control de los tiempos. Es una gestión sin mesura. O se gestiona a cortísimo plazo, tan a corto que inevitablemente el presente siempre es pasado; o se hace a larguísimo, tan a largo que el futuro jamás llega. El fichaje de Cesc Fàbregas significa, en lo futbolístico, una decisión a medio plazo con el objetivo de cubrir toda la presente década. Al margen de las connotaciones emocionales que confluyen en este fichaje, su llegada supone, futbolísticamente, la contratación de un hilo conductor, la reposición del peldaño que se había quebrado en la escalera. Así, entre Xavi Hernández y Sergi Samper o Wilfried Kaptoum, ya están todos los que hacían falta para garantizar que el juego de posición seguirá siendo el sello diferencial del estilo blaugrana. Podríamos decir que ya no se apellida Fàbregas (aunque sobre el 4 de su camiseta lucirá, por petición expresa del jugador, su apellido con el acento abierto, en catalán), sino continuidad: Cesc Continuidad es su nombre.
En este caso, la gestión del tiempo es la esencia. Ni es un jugador de emergencia para anteayer, ni tampoco una promesa de 2020. Cesc es presente, pero sobre todo futuro inminente. Aunque todos tenemos tendencia a pensar solo en un once titular, a sustituir cromo por cromo y plantear debates irreales, el fútbol acaba siendo un río que fluye y en el que compañeros de un mismo equipo no compiten entre sí, sino que cooperan en el crecimiento mutuo. Vende más oponer a Xavi frente a Iniesta o a Cesc contra Thiago que afrontar la realidad de que uno crece con la ayuda del otro, pues Iniesta es el otro rostro de Xavi. La llegada del hijo pródigo restaura una línea de sucesión que es, al mismo tiempo, una línea de cooperación entre semejantes.
- Publicado en Sport (13-VIII-2011)