La Supercopa dejó mil historias y lecturas, demasiadas de ellas de ruido y furia, y una descomunal sobre ese monumento llamado Leo Messi. Además, dejaron una luz y una sombra en aspectos futbolísticos. La luz se llama Cesc; la sombra, la defensa en los saques de esquina del Barça.
Salió Cesc Fàbregas y se hizo la luz. Cinco meses sin jugar se transformaron en una bocanada de aire fresco. Llegó y nadie tuvo que explicarle lo que significa 'el tercer hombre' o 'el hombre libre'. Se limitó a ponerlos en práctica como le enseñaron en las viejas pizarras de La Masia. Vio a Messi, antiguo compañero de pupitre, percibió a Adriano por fuera y, para buscar la superioridad, mandamiento número dos de las reglas blaugrana, arrastró sobre sí la atención de Marcelo, abrió un pasillo por dentro para que pasase Adriano y, simplemente, se limitó a ceder el balón a Messi.
En cierta ocasión le pregunté a Xavi Hernández sobre la causa por la que en ocasiones toca y se va, pero en otras toca y se queda. Xavi contestó así: “Eso depende. A veces 'toco y me voy', pero a veces 'toco y me quedo'. Depende”. Cesc lo tuvo claro. En ese momento, lo que correspondía era 'toco y me quedo'. Atrajo hacia fuera a Marcelo, abrió la puerta para Adriano, tocó para Messi y se quedó, fijando al lateral madridista.
Esto mismo lo pueden hacer miles de jugadores en el mundo. Pero hacerlo en un Barça-Madrid, en sus instantes finales, con la adrenalina por las nubes, después de cinco meses sin jugar, con un entrenamiento y medio en las piernas, eso ya no está al alcance de cualquiera. No la secuencia de movimientos en sí, sino la inteligencia táctica para tomar esa decisión concreta. Lo habitual habría sido irse hacia dentro siguiendo a Messi, dejar la banda a Adriano y un 'toco y me voy' clásico y ortodoxo. Cesc, educado futbolísticamente en el “depende”, optó por buscar la superioridad inesperada. En esa decisión se acumulan los fundamentos iniciáticos y la madurez y experiencia recibidas en el Arsenal por el 'dueño del espacio'. La luz.
La sombra son esos tres goles encajados a la salida de un saque de esquina. Tres de los cuatro goles del Madrid conseguidos de córner y ninguno de ellos en remate directo. Una característica común: el Barça defiende bien el centro del área con sus dos líneas (cuatro hombres junto a Valdés, tres por delante), pero deja dos zonas de sombra. Una en la proximidad del primer palo, donde despeja mal y permanece inmóvil regalando un disparo franco a Xabi Alonso en el Bernabéu y el segundo empate madridista en el Camp Nou. Y una zona de tamaño gigantesco, auténtico agujero negro, tras el segundo palo, donde Benzema o Ramos fueron dueños y señores ante la mirada pasiva de los barcelonistas. La sombra.