Muy afectados por la Operación Galgo y sus implicaciones, sí, pero echemos una ojeada: si intentamos resumir la lista de deportistas españoles que han dado positivo por doparse (no digo que se hayan dopado, sino que han dado positivo, que no es lo mismo), dicha lista ocuparía gran parte de este periódico. Cojamos un ejemplo más escueto. Estadio Olímpico de Múnich. Campeonatos de Europa. Año 2002. La cima de nuestro atletismo, la cumbre, el éxito supremo: 15 medallas, 6 de oro. Segunda potencia continental por detrás de la madre Rusia, por cierto en el punto de mira de todos los laboratorios antidopaje. Medallero: triunfo aplastante de Rusia seguida de España que supera a todas las grandes naciones históricas del atletismo europeo: Gran Bretaña sólo es tercera, Francia cuarta e Italia decimosexta. Hablamos de tres naciones que han aplicado la tolerancia cero en el dopaje. ¿Y la anfitriona? Caramba, la poderosa Alemania, la gran potencia continental en las pistas sólo puede ser octava pese a su carácter de anfitriona. Otros que han aplicado tolerancia cero. Curiosidad malsana: sorprendentemente Grecia ocupa la quinta plaza con cuatro medallas de oro. Dos años más tarde habrá perdido la mitad de esos títulos por dopaje.
España se frota las manos: 15 medallas y 6 oros. Bien por nuestros atletas. Veamos ocho años más tarde: cuatro de los quince medallistas han dado positivo o formado parte, presuntamente, de una red de traficantes en sustancias dopantes. Dos de ellos, por cierto, reincidentes. Tenemos seis campeones de Europa: tres de ellos han dado positivo o son acusados de formar parte de la red de traficantes o ambas cosas. El 50% de nuestros campeones en Múnich 2002 están fuera de combate. Como mínimo dos más de los 15 medallistas están llamados a declarar por la Guardia Civil como posibles usuarios de la red de traficantes. Estos son los datos. A partir de ellos elucubremos cuanto queramos, pero no los cambiaremos. Si acaso, pueden empeorar.
Esta es nuestra realidad. Nuestra sociedad está lejos de los estándares centroeuropeos en cuanto a firmeza moral. Somos un país que valora a los pícaros y tacha de pardillos a quienes cumplen las normas. Lo hace usted y lo hago yo. Lo hacemos todos. Hemos aparcado los valores en un armario para centrarnos sólo en los precios: victorias a cualquier precio; notoriedad sin importar el precio; resultados al precio que sea. Ese es nuestro motor: el precio. No nos importa el precio a pagar con tal de alcanzar el triunfo, la fama, el éxito, la riqueza. Los valores reposan en el trastero: honestidad, esfuerzo, respeto, humildad, sacrificio, compromiso. Palabras hermosas, sueños vanos. O recuperamos los valores o nos vamos a la mierda.
- Publicado en Sport (11-XII-2010)