viernes, diciembre 10, 2010

El atletismo ha muerto

Primero, presunción de inocencia. También en el deporte, por más indicios delictivos que aparezcan. Algunas portadas de hoy son discutibles, por más que todo apunte a una asquerosa red de traficantes de sustancias dopantes. Podría ocurrir que la justicia acabase absolviendo a alguna de las personas que han sido sometidas a juicio público y no creo que en ese supuesto las portadas actuaran con retroactividad. Pondré un ejemplo: he leído en un gran periódico generalista una lista de atletas que se entrenan con Manuel Pascua Piqueras y da la sensación que todos pudieran estar implicados, pero en la lista aparece una chica que abandonó el atletismo hace dos. El periodismo debe hilar más fino cuando dispara con calibre grueso.

Segundo, el atletismo está muerto. Hace años. Desde que se instauró el dopaje en España, emulando lo que sucedía en el resto del mundo, y se falsearon la mayor parte de los récords y se estafó a competidores nobles y limpios, que acabaron asqueados o retirados o ambas cosas. Hace treinta años, hacia finales de los 70 y principios de los 80, empezaron unas prácticas ilícitas, inmorales y denigrantes. Hubo quien intentó acabar con ellas y quien miró hacia otra parte. En ámbitos federativos y también en consejos superiores. Y la estafa ha seguido en pie, batiendo plusmarcas y conquistando podios celebrados con vehemencia patriótica.

Sin profundizar más, soy uno de los estafados y la herida es profunda y sangrante. El atletismo en España está muerto. ¿Qué padre querrá que su hijo practique hoy un deporte de tramposos? Ya no es problema de instalaciones, clubes o entrenadores, ni de falta de inversión pública o de ayudas o de dinero escaso. Es una cuestión simplemente moral. De ausencia absoluta de moral. A varias generaciones de atletas nos educaron en unos pocos valores: sobriedad, honestidad, esfuerzo, respeto a uno mismo, respeto al rival, levantarse en la caída, ser humilde en el triunfo, no desmayar nunca, luchar, trabajar, pelear... Hemos perdido esta batalla frente a los mafiosos, ilusionistas y vendedores de ungüentos de serpiente. Perdimos la batalla hace treinta años, de hecho. Entenderéis por qué no siento ninguna pena por los presuntos caídos en esta trifulca ni tampoco recibí la noticia con sorpresa inaudita. Los dinosaurios ya estaban allí hace treinta años.

Sólo esperamos la noticia de que la guerra termine algún día y ellos no hayan logrado vencer.