Hay partidos emocionantes por lo incierto del resultado o lo ambivalente del desarrollo y los hay emocionantes por la ilusión y felicidad que generan, por la sonrisa que se dibuja entre los aficionados ante el espectáculo que contemplan. El de anoche frente a la Real Sociedad pertenece a este segundo grupo. Fue un partido emocionante por la felicidad que generó. Sabemos que la felicidad no está en la meta, sino que la felicidad es el camino y bien que lo comprobamos ayer. Hubo momentos en que era para echarse a llorar de alegría ante la obra de arte que iba construyéndose a medida que transcurrían los minutos y se iban fabricando las jugadas. Fútbol en un baldosín, poesía frente a prosa. Poetas con botas batiendo líneas, mareando al rival; tocando, desequilibrando por una banda para desordenar al contrario y pinchar por el otro costado. Equipo ingrávido que sublima un estilo y convierte enfrentamientos rocosos en partidos de trámite.
Fútbol sala en una pradera inmensa. Ahora por aquí, ahora por allá. Magos del balón que hechizan al rival, le adormecen con dulzura e hipnotizan sin piedad para ejecutarlo con estilo. Si repitiesen los goles desde el inicio de la jugada, me escribía al descanso un buen amigo, las repeticiones durarían cada vez minuto y medio. En la semana de los galgos, los perros y los gatos, por aquí aparecieron de nuevo las ardillas valientes acumulando una serie histórica de triunfos y goles, pero aún más que los triunfos y los goles, aparecieron para construir pequeñas obras de arte donde la biología y la arquitectura, el ajedrez y la fisiología, el ballet y la geometría se unen y reúnen en una sinfonía inacabable que empieza a adquirir dimensiones inesperadas.
- Publicado en El Periódico (13-XII-2010)