Lo ultimo que querría es frivolizar con este concepto de shock postraumático, trastorno psicológico de consecuencias poderosas que afecta a personas expuestas a un acontecimiento traumático grave. Lo empleo, por tanto, desde el máximo respeto y sin voluntad de molestar a nadie. Lo empleo porque es el término que me viene a la cabeza al contemplar atónito cómo el entrenador de porteros del Real Madrid se equipara en necedad y bravuconería al delegado del Sevilla, un clásico de las tanganas, para acabar derribando al venerable delegado de campo del Bernabéu, una institución en el club merengue. Y contemplo absorto el barullo constante sobre el mullido césped que en tantas ocasiones ha servido para galopadas célebres y ahora más parece un ring. Y asisto perplejo al espectáculo del entrenador del Madrid, cargo que ocuparon caballeros como Molowny, Miguel Muñoz o Di Stéfano, agarrando por la pechera a su ayudante inmediato y sometiéndole a un griterío rayano en el esperpento. Y me proclamo estupefacto cuando el mismo entrenador, rey sol de todos los banquillos, arremete folio en mano contra su propio club, el mismo que le contrata y le paga a precio de oro y le mima y le consiente y le tolera y ríe las gracias y desgracias sin lograr nunca el beneplácito de este hombre de ceño fruncido y rictus amargo que ya quiere estar por encima incluso del propio club.
¡Pero qué se ha creído este ególatra! El Real Madrid es un club grande, gigantesco, enorme, prestigioso. El prestigio y la enormidad no proceden de su largo historial, ni de sus éxitos y coronaciones, que también, pues son muchas y lustrosas. Al Madrid el prestigio se lo han labrado sus futbolistas y entrenadores, sus presidentes y aficionados durante más de un siglo y ya poseía este prestigio y consideración mucho antes de que José Mourinho fuese siquiera un proyecto de sí mismo. Mucho antes de que decidiera ser el más egoísta de la clase, el Real Madrid ya era mítico y legendario y esa condición no se la dieron obsesos del ombligo propio, sino gente comprometida con el escudo y la leyenda blanca.
Gente con la que, personalmente, nunca sentí empatía como Juanito, Camacho o Amancio y gente que nos enamoraron a todos, como Gento, Butragueño, Raúl o Casillas. Mucho antes de que Mourinho y sus mercenarios del balón, depredadores de entidades con solera, decidieran tomar al asalto la nave blanca, el Madrid ya volaba solo y era grande. ¿A qué viene, pues, tanta estulticia, esta crispación perpetua que quiere insuflar en el alma madridista con la ayuda de tontos útiles que le ríen las gracietas? ¿Por qué busca convertir al Madrid a la amargura tabernaria? Quiero pensar que todo obedece a un shock postraumático y que amainará semejante escandalera.
- Publicado en Sport (21-XII-2010)