Balonmano en un campo de fútbol. Tocar y tocar, bamboleándose de un lado a otro para descentrar al contrario. A esto juega el Pep Team, un equipo que se mece suavemente, como sin prisas, dejándose llevar por la pausa y el control de Xavi, ahora toco y salgo, ahora toco y me quedo, para ti, para mí, a la izquierda, cambio de sentido y vuelta a empezar. Hace pocos años el Camp Nou rechinaba cuando Xavi acunaba al equipo. Le acusaban de jugar a balonmano, pero en realidad eran sus compañeros, algunos brillantísimos como Ronaldinho y Eto’o, otros excelsos como Deco o Giuly, quienes no le acompañaban o comprendían o se desmarcaban o vaya usted a saber qué. Lo cierto es que Xavi ya mecía al equipo con su ritmo de fox-trot, pero el equipo no seguía el compás. Ahora, la orquesta suena toda compenetrada, meciéndose sin aristas a lo ancho para percutir a lo largo.
La secuencia dice así: Xavi-Iniesta-Xavi-Messi-Alves-Xavi-Messi-Iniesta-Xavi-Maxwell-Iniesta-Messi-Xavi-Alves y así una y otra vez, hacia aquí, hacia allá, la conga vuelve a empezar. Desaparecen los dibujos a los que tanto nos aferramos los periodistas y aparece el magma de los volantes, porque en este equipo todos son volantes y son móviles y polivalentes. Y tocan y adormecen al contrario, lo hipnotizan con el balón. Se lo muestran y se lo ocultan, como trileros con botas, cantándoles una nana de la cebolla, capas de jugadores que entran y salen, tocan y se mueven, tocan y se quedan, van para un lado y al cabo de un rato reaparecen en el opuesto. Consiguen así un efecto hipnótico en el público, que permanece boquiabierto ante la sinfonía de movimientos, y por empatía provocan idéntica consecuencia en el rival, petrificado frente a esa cinta rodante con piernas. Van y vienen como las olas en una cadencia incesante. No es un ritmo de agobio y frenesí, de efervescencia y gasolina, sino una cadencia somnífera. Por momentos da la impresión de que el mundo se mueve a cámara lenta salvo porque el balón no cesa de correr. Las vacas deben llorar viendo sufrir al cuero semejante trajín.
Y así pasan minutos que parecen horas, balonmano con los pies, rival hipnotizado, trileros en acción. Hasta que salta un chispazo y entonces llegan las carreras y el tropel y los disparos. Mecidos en el bamboleo, los contrarios creen haber domesticado a la fiera cuando, de pronto, la nana se transforma en grito y las ardillas en panteras. El equipo más horizontal del mundo se convierte en un puñal vertical, zigzagueante si hace falta, puntual a la cita con el gol. Aquella somnolencia tiene un despertar relampagueante y así comprobamos que el día y la noche, la calma y el chispazo, hacen buenas migas en este equipo de seda que abre rutas imposibles.
La secuencia dice así: Xavi-Iniesta-Xavi-Messi-Alves-Xavi-Messi-Iniesta-Xavi-Maxwell-Iniesta-Messi-Xavi-Alves y así una y otra vez, hacia aquí, hacia allá, la conga vuelve a empezar. Desaparecen los dibujos a los que tanto nos aferramos los periodistas y aparece el magma de los volantes, porque en este equipo todos son volantes y son móviles y polivalentes. Y tocan y adormecen al contrario, lo hipnotizan con el balón. Se lo muestran y se lo ocultan, como trileros con botas, cantándoles una nana de la cebolla, capas de jugadores que entran y salen, tocan y se mueven, tocan y se quedan, van para un lado y al cabo de un rato reaparecen en el opuesto. Consiguen así un efecto hipnótico en el público, que permanece boquiabierto ante la sinfonía de movimientos, y por empatía provocan idéntica consecuencia en el rival, petrificado frente a esa cinta rodante con piernas. Van y vienen como las olas en una cadencia incesante. No es un ritmo de agobio y frenesí, de efervescencia y gasolina, sino una cadencia somnífera. Por momentos da la impresión de que el mundo se mueve a cámara lenta salvo porque el balón no cesa de correr. Las vacas deben llorar viendo sufrir al cuero semejante trajín.
Y así pasan minutos que parecen horas, balonmano con los pies, rival hipnotizado, trileros en acción. Hasta que salta un chispazo y entonces llegan las carreras y el tropel y los disparos. Mecidos en el bamboleo, los contrarios creen haber domesticado a la fiera cuando, de pronto, la nana se transforma en grito y las ardillas en panteras. El equipo más horizontal del mundo se convierte en un puñal vertical, zigzagueante si hace falta, puntual a la cita con el gol. Aquella somnolencia tiene un despertar relampagueante y así comprobamos que el día y la noche, la calma y el chispazo, hacen buenas migas en este equipo de seda que abre rutas imposibles.