domingo, octubre 01, 2006
Eto’o no era "el problema"
La baja de Eto’o es un problema serio, pero no es el problema. El problema se llama acomodo. Es una enfermedad que recorre el mundo del fútbol y se posa en jugadores y clubes de todas las condiciones, pero sobre todo entre los grandes. Allí donde hay gloria y honores, elogios y victorias, riqueza y desmesura, el acomodo encuentra el caldo de cultivo necesario para crecer y desarrollarse. Donde hay hambre no hay acomodo. Pero donde hay abundancia llega la epidemia. Es la ‘obesidad’ del fútbol.
El 28 octubre 1973, Johan Cruyff debutó en el Barça y deslumbró con sus actuaciones. Tras catorce años sin ganar una Liga, aquél equipo la conquistó consiguiendo un 0-5 legendario en el Bernabéu. Se abrió una época que prometía títulos a mansalva y la gloria eterna. Pero el Cruyff de aquél año desapareció. Ese inmenso jugador se acomodó en los brazos del elogio infinito y donde había regates inverosímiles aparecieron las piernas flojas y el espíritu adormecido. Casi cinco años más tarde, el 27 de mayo de 1978, Cruyff abandonó el Barça sin haber aportado mucho más. Eran otros tiempos, poco mediáticos, y los aficionados del Barça no podían contemplar al Cruyff de los desplazamientos, el que se escondía en la banda izquierda de San Mamés, el que escurría el bulto, el que se especializó en sacar de banda fuera de casa. Cuando el partido se jugaba en el Camp Nou volvía a aparecer para que la parroquia siguiera creyendo que aún existía. Pero no era cierto. Había sido engullido por el virus del acomodo.
Los tiempos han cambiado que es una barbaridad y cualquiera puede ver hoy lo que antes sólo apreciábamos los enviados especiales. El Barça está afectado por el acomodo. Desde la directiva que programa ‘giras galácticas’ hasta los jugadores, aturdidos por el mimo general. Primero creímos que el problema había sido la ‘tournée’ americana; más tarde, la entrega general de premios en la víspera de la Supercopa; después, la falta de tensión inicial en los partidos; a continuación, la baja forma de algunos jugadores, las rotaciones, la planificación física o lo que algunos llaman partidos intrascendentes, a la espera de un mayo trascendente que quizás no llega. Finalmente, hemos llegado a la raíz del asunto: el problema es el acomodo colectivo e individual. De este equipo tiran los que aún conservan el hambre, el ansia de vencer o de reivindicarse: Rijkaard, Eto’o, Iniesta, Gudjohnsen, Messi, Giuly, Valdés, Puyol, Deco... Lo harán con mayor o menor acierto, pero conservan el hambre. Otros están saciados. Ronaldinho, extraordinariamente saciado.
Protagonizó un primer año como el de Cruyff. En el segundo, gigantescas actuaciones en los grandes partidos. En el tercero, brillantes ejecuciones en algunos momentos escogidos. Y, por fin, se ha acomodado. Hubo un tiempo en que el Barça tenía banda izquierda, espacio ahora mismo irreversiblemente hipotecado. La preparación de sus dos últimos semanas ha sido todo menos ejemplar, pero decirlo se equipara a la herejía. Ha de jugar, por supuesto, y no estoy proponiendo castigos infantiles ni trueques absurdos. Y tengo la convicción que volverá. Pero expongo que en este mismo club hay un precedente histórico: el mejor jugador del mundo llegó, vio, venció y a continuación se dedicó a sacar los fueras de banda. Cuando alguien lo decía se le callaba con el argumento de que era el mejor del mundo y que el fútbol es así. Bien, pues estamos en camino de repetir la historia.
La solución está en manos de Rijkaard. Sólo desde su credibilidad puede hacerles entender a los jugadores, sobre todo unos cuantos, que los partidos no se ganan sin bajar del autobús. Se ganan desde el hambre. O se corrigen o el acomodo les derrotará.
Fotos: AFP - Reuters.