No sabemos cómo será el partido, ni siquiera quién jugará, aunque todos apostamos a que Busquets será central junto a Abidal (defensa ya ensayada hace varios días) y bastantes creemos que Van Persie se quedará en el banquillo, como última bala de un Wenger que quizás no deseará arruinar en el Camp Nou sus opciones de ganar la Premier. Desconocemos cuál será el desenlace del partido, pero sí intuimos cómo será el desarrollo del mismo: una batalla en el centro del campo. Como en aquellas grandes juergas de los pioneros hace casi un par de siglos, cuando centenares de jugadores por bando se peleaban en la plaza del pueblo por un esférico hecho con tripas de vaca, también el objetivo de esta noche será uno y solo uno: el balón. Conquistarlo, poseerlo, quedárselo en propiedad. Amansarlo, domarlo, mimarlo con pasión. Dos batallones de arquitectos, delineantes y barrenderos, enfrentados por arrebatarse una esfera de cuero y adquirir con ella los derechos de propiedad del movimiento perpetuo. Quien tenga el balón tendrá la mano en esta partida. Quien lo pierda, simplemente agonizará persiguiendo fantasmas.
A un lado estará el trío de la escuadra y el cartabón: Xavi, Messi e Iniesta. A sus espaldas, el barrendero Mascherano para proteger las fugas, tejer una tela de araña, correr hacia atrás como nadie y cubrir el flanco derecho, siempre desguarnecido. A la derecha, por supuesto Alves, el falso lateral, falso interior, falso extremo: el futbolista falso. El que juega de todo, excepto de lateral defensivo. Cinco hombres para conquistar el balón sobre el cuadrilátero verde. Al otro lado, el trío del compás y la brújula: Cesc, Nasri y Wilshere, escudados por el gladiador Diaby o el más ligero Denilson, y apoyados en alguna muleta: ofensiva si se trata de Arshavin, defensiva si juega Eboué. Cinco competidores de lujo para esa batalla por un balón. El quinteto que gane el pulso sacará billete para cuartos.
Claro, puede haber accidentes. Una contra inesperada, un remate prodigioso, la eterna incertidumbre del fútbol. Pero el plan está trazado: es el Barça ante su espejo, en busca de una respuesta: ¿Saldrá una imagen bella y feliz? ¿Un reflejo deforme y agrio? Guardiola prefiere rivales que se encierren en su área, por más que eso signifique la práctica desaparición de los espacios. El Arsenal es justamente lo contrario: un conjunto que practica un estilo de juego muy cercano al blaugrana y que, además, domina el arte del contragolpe. Parte con esas dos ventajas: el marcador y el contraataque, pero enfrente tendrá una fuerza emocional de mucha categoría. El Barça más temible es el Barça enrabietado, el exigido, el necesitado. Esta noche, al Arsenal le tocará bailar con lobos.