Este Barça es un artista que convierte los partidos de fútbol en obras de arte. No siempre gana, pero siempre deja una escultura legendaria, una pintura memorable, una sinfonía inolvidable. No importa cómo es el lienzo a pintar o el mármol a esculpir: 90 minutos más tarde, el artista se retira dejando como recuerdo una pieza de creatividad mayúscula. A veces, como anoche, tiene que hacerlo con una media sonrisa porque el resultado no le favorece, pero ni siquiera en esos casos tuerce el gesto o se encomienda a excusas externas. Pudiendo hacerlo, no se enreda en esos líos tan habituales de las confabulaciones, manos negras y demás latiguillos de medio pelo. Simplemente, intentó componer otra sinfonía excepcional y se torció alguna nota. El remate, por ejemplo, asignatura algo pendiente en este final del invierno.
El Pep Team es un equipo que se reafirma a sí mismo en cada partido. Hay días que su autoestima sale inmensamente reforzada porque suma goles como quien respira, pero incluso en las noches de sequía, donde largueros y rivales se interponen en el camino de los cañonazos, y la puntería no es la mejor de las virtudes, incluso de esas noches sale fortalecido el equipo de Guardiola, incapaz de dar un mal pelotazo aunque el reloj marque la hora. Un equipo de fútbol de los de verdad debe vestirse por los pies, poseer una idea concreta de juego, trabajarla con esmero en los entrenamientos y aplicarla sin doblez en los encuentros: sólo así es posible progresar. Ganar, se puede ganar de mil maneras. Pero convencer y enamorar, ilusionar y entusiasmar; conseguir el consenso universal sobre las bondades de un estilo determinado, eso solo puede hacerse desde la convicción y la persistencia. Y a eso nos está acostumbrando este equipo de palabras mayúsculas y futbolistas calzados con botas de siete leguas.
En el resultadismo de nuestros días, donde nada importa salvo conseguir objetivos numéricos, la propuesta del Barça contiene un aire romántico que parecería casar mal con la exigencia del éxito perpetuo. Y, sin embargo, cuanto más incide en su idea de juego, mayores éxitos obtiene, aunque los dos puntos perdidos en Sevilla sirvan para recordar que el remate certero es un arte que debe ser mejorado. El equipo de Guardiola no ha llegado hasta aquí, con ocho títulos ya en la mochila y peleando por otros tres, por su oportunismo puntual, sino por la fidelidad permanente a su idea de juego. Y cuanto más persiste en ella, más sólido se presenta, más fiable y potente. Es una maquinaria deliciosa y engrasada, convencida de su potencial, conocedora de sus debilidades y, también, del sobreesfuerzo que debe realizar para seguir en la cresta de la ola. Ahora que se ha puesto de moda reinventar conceptos como el del señorío, es significativo que este Barça sea más coherente que nunca consigo mismo y continúe dejando obras de arte en cada partido que dispute. El suyo sí es el discurso del auténtico rey.