A media mañana de ayer, el entorno de José Mourinho llamó a algunos amigos de confianza para informarles que el entrenador portugués no tenía la más mínima relación con la filtración que ‘sugería’ que Barça y Valencia usaban sustancias dopantes. Su olfato le advertía que, esta vez, alguien había ido demasiado lejos y cruzado todas las líneas rojas. Mourinho, tan propenso a embarrarse y dictar la agenda nacional, optó por la cautela y se quitó de en medio. Yo no he sido, explicó en privado para que se conociera en público. Olía a azufre y Mourinho es listo. Mourinho ha estudiado y aprendido. No es un fanfarrón ignorante embutido en un chándal, sino que conoce los parámetros del deporte de competición y sabe distinguir entre una política nutricional equilibrada y complementaria y el simple y burdo dopaje. Parece claro que, no muy lejos de él, los hay que desconocen la diferencia, quizás porque no estudiaron suficiente o porque, estimulados por esos ultrillas fanáticos que han asaltado algunas redacciones periodísticas, se atreven con todo.
Listo como es, Mourinho sabía ayer por la mañana que alguien había cometido un triple error catastrófico en la capital. Primero, porque confundir vitaminas con sustancias dopantes es más propio de blogs radicales que de periodistas con un dedo de frente. Segundo, porque el flirteo demagógico se sostiene cuando se manejan intangibles como las actuaciones arbitrales, las conspiraciones planetarias o los hacedores de calendarios mágicos. Pero todo el entramado se desmorona cuando esa especulación se adentra en terrenos tangibles: fulanito se ha dopado, dice un periodista que le ha dicho un club que anteayer mismo levantaba la bandera de los valores, la verdad, el rigor y la seriedad. Error, debió pensar Mourinho. Y tercero, porque esto que ha ocurrido es lo mejor que le puede ocurrir al vestuario del Barça. Porque, y es la enésima vez, les han vuelto a enrabietar justo cuando empieza el tramo de la verdad.
A un equipo que juega sin adrenalina, caso del Barça, hay que intentar bajarle aún más el pulso hasta convertirlo en hipotenso. Quizás así se le consiga dormir y desviar de sus intenciones. Ya ocurrió otros años, cuando algún osado jugador y un muy beligerante entorno, construyeron castillos en el aire a cuenta de la autoestima de los jugadores del Barça. A base de despreciar sus méritos innegables, atribuidos a confabulaciones arbitrales y necedades varias, consiguieron estimular como nunca a jugadores que sólo acostumbran a hablar sobre el césped. Esta vez han ido mucho más lejos y han puesto en duda no sus méritos, sino su honestidad. Dijo Mourinho que el Madrid parecía un elefante dormido. Y lo que ha hecho es despertar a un tigre.